Opinión

Rebajemos el nivel de la crispación política

(Foto: malasombra).
María del Mar Vázquez | Domingo 02 de junio de 2024

La política es un servicio público que no puede convertirse en un argumento de crispación permanente, de enfrentamiento viral o de división frontal entre personas. Cuando los políticos recurren a la hipertensión política como estrategia de partido, la tirantez creada artificialmente empieza a elevar peligrosamente la temperatura social. Y eso constituye siempre un riesgo de fractura, porque cuando se rebasan ciertos límites el tránsito de la palabra agresiva a los hechos violentos suele ser muy breve. Hace unos días un concejal de VOX del Ayuntamiento Almería, Martín de los Reyes, fue agredido a la salida de un acto de campaña. Ese ataque, del que felizmente ya está recuperado, no sólo llenó de consternación a toda la Corporación Municipal, sino que también alarmó justificadamente al conjunto de la sociedad almeriense, porque suponía un síntoma grave de una enfermedad tan seria como la pérdida de los valores y formas de nuestra democracia. Es imperativo, por tanto, que el escenario político vuelva a esos cauces, ya conocidos y practicados, del respeto a la discrepancia y la tolerancia a la disensión. Todos los partidos consideran, legítimamente, que sus posturas o planteamientos son los mejores para la sociedad. Son diferentes planteamientos o puntos de vista aplicables o no al fin compartido de hacer lo mejor por nuestra ciudad, por nuestra comunidad o nuestro país. Y todos están en el derecho de defender sus puntos de vista con plena libertad, del mismo modo que todos tenemos el derecho de no compartir esos planteamientos sin responder con violencia verbal y mucho menos con la física. Los constantes recitales de malos momentos y desafortunadas intervenciones que estamos viendo en el Congreso de los Diputados, en los medios de comunicación o en las redes sociales deberían llevarnos a compartir desde la serenidad una reflexión sobre el destino final del incremento del odio político. Debemos hacer un esfuerzo colectivo por sosegar el nivel de la necesaria discusión de ideas y pareceres. Volvamos a la política que hemos conocido, con más ideas y menos gestualidad. Una política sin insultos, sin señalamientos y sin acosos. Y si queremos que por nosotros, pero especialmente por nuestros hijos, el futuro sea un lugar en donde quepa la esperanza común de todos, es hora de detener este alejamiento de lo deseable. Estamos a tiempo.


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