Con las elecciones al Parlamento Europeo a la vuelta de la esquina, nos encontramos en una situación tan confusa como fascinante. Si algo nos ha enseñado el secretario general del Partido Socialista, Pedro Sánchez, es que ganar una elección es más sencillo que contar escaños; es un arte interpretativo que él maneja con maestría, como todo lo que hace. Mientras algunos nos quedamos mirando las cifras y los votos con una mentalidad aritmética, Sánchez nos invita a una comprensión más poética y, por qué no decirlo, creativa de los resultados electorales.
Tomemos, por ejemplo, las recientes elecciones generales. Según la matemática convencional, el Partido Popular (PP) obtuvo más escaños que el Partido Socialista (PSOE). Sin embargo, Sánchez, con una interpretación digna de un mago, afirmó haber ganado porque logró formar gobierno, confundiendo el voto de la ciudadanía con el de los diputados. Aquí, la magia no reside en los números, sino en la capacidad de transformar un aparente segundo lugar en una victoria resonante. ¿No es eso lo que realmente cuenta?
La situación se vuelve aún más encantadora en el País Vasco. Desde su escaño en el Congreso, Sánchez proclamó que había derrotado al PP por un abrumador 9 a 1. Y uno se pregunta: ¿cómo es posible si Sánchez no se presentó, si el PSOE no ganó allí? Fácil. Sánchez, en su infinita sabiduría interpretativa, sumó no solo los votos de su partido, sino también los del Partido Nacionalista Vasco (PNV), EH Bildu (solo un día antes eran malísimos por no condenar el terrorismo... pero bueno, ya habían votado los vascos) y, probablemente, algún que otro voto perdido en la bruma electoral. Así, el resultado, aunque inverosímil, se convierte en una oda a la colaboración y a la sumatoria de fuerzas diversas.
Cataluña ofrece otra lección magistral de esta nueva forma de interpretar los resultados electorales. Es cierto que el Partido Socialista fue el más votado, pero su capacidad para gobernar está en entredicho. Aquí, Sánchez nos demuestra que no importa si se llega al poder; lo relevante es cómo se cuenta la historia. De este modo, nos explica que el constitucionalismo, gracias a él, ha triunfado en Cataluña. Claro, si sumamos todos los votos no independentistas bajo la bandera del PSOE, la conclusión es tan inevitable como conveniente. Ahí se le olvida que solo se puede anotar esa victoria, si mete bajo sus alas de clueca al PP y a Vox, a los que en el País Vasco rechazaba.
Así llegamos al 9 de junio, con la sospecha de que el Partido Popular será el más votado, pero también con la certeza de que el Partido Socialista encontrará la manera de declararse vencedor. Porque en la matemática sanchista, todos los votos que no son del PP o de Vox, de algún modo místico y maravilloso, pertenecen al PSOE.
En este contexto, la jornada de reflexión se convierte en un ejercicio casi filosófico para los periodistas. No se trata solo de decidir a quién votar, sino de anticipar las piruetas interpretativas que vendrán al día siguiente. Porque, como nos ha enseñado Pedro Sánchez, ganar es solo una cuestión de perspectiva y de sumar votos con una creatividad digna del mejor ilusionista. En vez de preocuparnos por los números exactos, quizás debamos adoptar esta visión más amplia y flexible, donde la victoria se construye, más que se cuenta.
Así que, mientras algunos se estrujan la cabeza tratando de entender cómo interpretar los resultados electorales, quizás sea momento de aceptar que, en la política contemporánea, las matemáticas tradicionales han quedado obsoletas. Bienvenidos a la era de la interpretación creativa de los resultados, donde siempre se puede encontrar una manera de ganar, incluso cuando se pierde.