Opinión

“Apretaitos”

(Foto: malasombra).
Juan Torrijos Arribas | Miércoles 07 de agosto de 2024

Lo de bailar bien “apretaitos” es algo que nos encantaba a los jóvenes de nuestra época. Poníamos canciones como las palmeras de Alberto Cortez, rebajábamos las cuarenta y cinco revoluciones del tocadiscos, Juanico López era un especialista en ello, y apretábamos todo lo que nos dejaban ellas, y con la llave en el bolsillo derecho del pantalón. Aquellas eran llaves, y no los llavines de ahora. Recuerdo esta historia ante la puerta de un cementerio, con un calor de “morirse” ante la despedida de un amigo.

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Pero es justo reconocer que lo hacíamos de dos en dos, chica-chico, nunca se nos hubiera ocurrido algo parecido a lo que denunciaba el Partido Socialista, por boca y voz de doña Adriana Valverde, hace un par de años, y que resulta cuando menos casi imposible de hacer: bailar las palmeras ocho y bien apretaitos.

Según la portavoz del Psoe en el ayuntamiento, estábamos en el año 22, o era el 23, en el cementerio del barrio de La Cañada, había nichos con ocho fallecidos dentro. Ocho personas dentro de un nicho tienen asegurado no pasar frío en días de duro invierno, pero en estos de calor tórrido, con los cuarenta saltando las vallas, lo deben estar pasando algo calurosos los pobres míos.

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El nicho que ha comprado mi señora, y que me lo enseñaba ese día, no sé si con ganas de que lo ocupe cuanto antes, no lo veo yo como para dar cabida a dos “cajicas” de pino con sus “muertecicos” dentro. Eso va a ser estar más “apretaicos” que cuando bailábamos las palmeras bajando Juanico López las revoluciones del giradiscos, y en estos días, como le dije, o pones aire acondicionado o me voy a comprar tabaco.

Si para dos “el nicho” ya me parece pequeño, me imagino a ocho intentando moverse y no parece de recibo. Al final el precio del ladrillo va a tener la culpa de todo. Y es que morirse cuesta un paperío. Se compra un nicho y se entierra al primero, cuando se muere el segundo, se le hace un “laillo”, llega el tercero y donde conviven dos, siempre hay un hueco para el de tres.

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Con el cuarto empiezan los problemas, pero como han adelgazado bastante los tres anteriores, otro más no importa. El quinto ya no puede ser. Si es que no hay sitio, no os empeñéis, pero siempre hay en la familia el que todo lo logra, y el quinto tiene cabida. Con el sexto no hay problema, este está tan “delgaillo” el pobre, se ha quedado que ni en los huesos, es como aquel papel de fumar con los que liaba el caldo de gallina el abuelo, y ahí está el hombre, dice que le molesta el pie del primo Ernesto, que se lo tiene puesto en la cara.

El séptimo dice la leyenda que es milagroso, y como leyenda pulula por encima de los seis anteriores sin saber dónde poner el huevo. Solo tiene uno, el otro lo perdió en la mili, cuando era obligatoria. Y por fin le llega el turno al octavo. Creo que con este se ha descubierto el pastel. No cabe. Por mucho que se empeñe la familia, este no cabe. Que están muy “apretaitos”, pobres míos. Y ahí lo tienen, esperando, sentaico él en la puerta del nicho a que la familia le busque un huequito para descansar hasta que llegue al cielo.

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Y yo, en la puerta del cementerio y pensando en las palmeras de Alberto Cortez, en bajar las revoluciones al tocadiscos y bien “apretaitos” los dos, sin pensar en esas ocho almas de Dios que descansaban, si es que a eso se le puede llamar descanso, en el mismo nicho de La Cañada en un caluroso mes de agosto.