Opinión

Pureza de sangre

(Foto: malasombra).
Rafael M. Martos | Miércoles 21 de agosto de 2024

"La raza es un fraude. Todos somos humanos." - Albert Einstein

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La obsesión por la pureza de sangre que marcó la España de los Reyes Católicos, tras la conquista de Andalucía, sigue resonando en la sociedad actual. Aquella época fue testigo de la imposición de una medida draconiana: no bastaba con convertirse al cristianismo, adoptando nuevas creencias y costumbres. Para ser plenamente aceptado, uno debía demostrar la limpieza de su linaje, asegurando que sus antepasados también eran cristianos. Judíos conversos y moriscos descubrieron, a menudo con trágicas consecuencias, que su conversión no era suficiente. La sospecha y la exclusión continuaron acechando a sus descendientes, quienes eran sometidos a un escrutinio implacable.

Este mismo patrón de exclusión y racismo reverbera hoy en día, aunque bajo nuevas formas y contextos. En los últimos años, las redes sociales y ciertos sectores de la opinión pública han adoptado una postura similar a la del antiguo tribunal de la pureza de sangre. En cada crimen de alto perfil, especialmente aquellos que involucran a individuos de apariencia o nombre no "tradicionalmente" españoles, se enciende una carrera por buscar, cuestionar y condenar su origen.

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Los recientes ataques mediáticos y en redes sociales, como los relacionados con la agresión al padre del futbolista Lamine Yamal o el asesinato del niño de Mocejón, demuestran que la obsesión por la "pureza" sigue presente. Tras los hechos, no pocos usuarios se apresuraron a culpar a inmigrantes antes de que las investigaciones hubieran arrojado resultados concluyentes. En estos casos, la nacionalidad, el lugar de nacimiento de los padres, e incluso la religión y las costumbres alimentarias de los sospechosos, se convierten en el objeto de un examen tan minucioso como discriminatorio.

Lo primero que suele encontrarse en esos comentarios es que los periodistas no mencionan la nacionalidad de los agresores, cuando según estudio de la Universidad de Navarra reveló que los medios de comunicación españoles mencionan la nacionalidad de los perpetradores de delitos en el 67% de los casos cuando se trata de inmigrantes, en comparación con el 12% cuando son españoles nativos.

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Es inquietante observar cómo, en un país que ha sido históricamente un crisol de culturas, se recurre al mismo discurso xenófobo y racista que despojó de sus derechos a tantas personas siglos atrás. No son pocos los que, con un tono que raya en la ironía cruel, comentan "es su cultura y hay que respetarla", insinuando que estos crímenes son un producto inevitable de una supuesta inferioridad cultural o moral. Esta actitud ignora deliberadamente el hecho de que los "españoles, muy españoles y mucho españoles" también son responsables de atrocidades similares. Si la cultura se reduce a los actos individuales más viles, ¿qué dice eso de la "cultura" de aquellos cuyos crímenes son perpetrados por individuos de apellidos tradicionales y rasgos occidentales?

Por eso es racismo, porque sin español-de-españa comete un crimen, lo comete él, no los españoles, pero si lo comete un extranjero, lo comenten todos los extranjeros, y por cierto, un español-de-españa puede ser un "loco" que ha asesinado o violado, pero si es extranjero, no puede ser un "loco", es siempre alguien que conscientemente comete un crimen ¿de verdad que no huele a racismo y xenofobia? Así no debería sorprendernos que en 2022, el 30% de los crímenes de odio en España tuviesen motivaciones racistas o xenófobas, según datos del Ministerio del Interior.

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La pregunta que deberíamos hacernos no es si el acusado tiene raíces extranjeras, sino por qué se perpetúa este escrutinio implacable hacia ciertos grupos, mientras que otros gozan de un beneficio de la duda que se les niega a los primeros. Al mezclar inmigrantes irregulares con regulares, y a estos con nacionalizados, y a estos con quienes llevan generaciones siendo españoles, no se hace más que reproducir un racismo estructural que tiene sus raíces en esa obsesión medieval por la pureza de sangre.

Lo que estamos presenciando es un reflejo moderno de un pasado que muchos preferirían olvidar. Este racismo y xenofobia disfrazados de preocupación por la seguridad o la identidad nacional son, en realidad, manifestaciones de un supremacismo que niega la complejidad de lo que significa ser español o europeo en el siglo XXI. Según un informe del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) de 2023, el 46% de los españoles creen que el racismo es un problema creciente en la sociedad

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