Opinión

Navidad por decreto en Venezuela

(Foto: malasombra).
Aixa Almagro | Jueves 05 de septiembre de 2024

En serio, ¿quién necesita diciembre cuando puedes tener Navidad en octubre? Al menos eso parece pensar Nicolás Maduro -con permiso del alcalde de Vigo-, que de un plumazo ha decidido adelantar las fiestas navideñas en Venezuela. Lo anunció con la misma grandilocuencia con la que un mago sacaría un conejo de la chistera: "¡Ya huele a Navidad!" proclamó, mientras su fiel audiencia, compuesta por su esposa y varios funcionarios de alto rango, aplaudían como si acabaran de ganar la lotería.

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Ahora, no es la primera vez que Maduro juega a ser el Grinch inverso, adelantando las luces y los villancicos a cuando le conviene. Pero esta vez, lo que está claro es que el hombre no está simplemente despistado, sino que se está esforzando por desviar la atención de lo que realmente huele mal en Venezuela, y no, no son precisamente las "hallacas" que comen por allí.

Venezuela está sumida en una crisis que parece no tener fondo. Las elecciones presidenciales recientes han sido, como mínimo, cuestionables, con un Maduro que se proclamó vencedor antes de que el sol terminara de ponerse, mientras que el consejo electoral seguía buscando el botón de "enviar" para dar los resultados. La oposición, por supuesto, no ha dejado el tema, presentando pruebas a diestro y siniestro de que el verdadero ganador fue otro. Y, como si el drama electoral no fuera suficiente, la economía sigue en caída libre, la red eléctrica se apaga como quien apaga una vela, y las fuerzas de seguridad parecen más interesadas en llenar las cárceles que en proteger a los ciudadanos.

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Entonces, ¿qué hace un presidente con una nación al borde del abismo? Adelanta la Navidad, claro está. Porque, en medio de todo este caos, ¿qué podría ser más reconfortante que un Papá Noel que llega dos meses antes? Quizás piensa que las luces de Navidad harán que los apagones parezcan un poco menos oscuros, o que los villancicos ahogarán los gritos de protesta.

Sin embargo, es difícil ignorar el cinismo de la situación. Mientras las familias venezolanas se enfrentan a un futuro cada vez más incierto, muchas de ellas separadas por la diáspora o con seres queridos desaparecidos en el sistema penitenciario, Maduro les lanza un hueso decorado con guirnaldas. Es casi como si nos dijera: "No mires aquí, mira allá, ¡y no olvides sonreír para la foto!".

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Y aunque es cierto que la Navidad tiene un lugar especial en los corazones de los venezolanos, adelantarlas no va a solucionar el descalabro que es la Venezuela actual. No hay cantidad de gaitas, panderetas o villancicos que puedan silenciar la realidad: un país que, cada día que pasa, parece desmoronarse un poco más bajo el peso de un liderazgo que prefiere el espectáculo a enfrentar los problemas de frente.

Así que, aquí estamos, a principios de octubre, y ya estamos cantando "Feliz Navidad". Pero en lugar de alegría, lo que resuena es una amarga ironía. Porque, mientras Maduro nos invita a celebrar, la verdadera fiesta —la de la democracia, la justicia y la libertad— sigue sin fecha en el calendario. Y, sinceramente, no parece que vaya a adelantarse tan pronto.


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