Opinión

La inexistente conquista de México

(Foto: malasombra).
Rafael M. Martos | Viernes 04 de octubre de 2024

La reciente decisión de la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, de no invitar al jefe de Estado español, Felipe de Borbón, a su toma de posesión ha abierto un debate que, como muchos en el ámbito político, se ha visto envuelto en una niebla de emociones y posturas radicales, dejando a un lado la razón histórica. Y es que la razón detrás de esta controversia es la exigencia de un perdón por parte del Estado español por los abusos cometidos durante la Conquista. Pero antes de dejarnos llevar por la corriente del indignado nacionalismo, hagamos un pequeño ejercicio de historia crítica.

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Primero, aclaremos algo: cuanto todo comienza en 1492 no existía México como nación y mucho menos como Estado, y en 1519, fecha en que termina oficialmente el proceso el que llamamos "Carlos I de España y V de Alemania", en realidad no lo era, ya que sus títulos oficiles eran "Don Carlos por la gracia de Dios Rey de Romanos Emperador Semper Augusto. Dona Joana su madre y el mesmo Don Carlos por la mesma gracia Reyes de Castilla, de Leon, de Aragon, de las dos Sicilias, de Ierusalen, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Cordova, de Corcega, de Murcia, de Jaen, de los Algarbes, de Algezira, de Gibraltar, de las Islas de Canaria, de las Indias islas y tierra firme del Mar Oceano, Condes de Barcelona, señores de Vizcaya e de Molina, Duques de Atenas e de Neopatria, Condes de Ruysellon e de Cerdenia, Marques de Oristan e de Gorciano, Archiduques de Austria, Duques de Borgoña de Bravante, Condes de Flandes e de Tirol... como se observa, ni rastro de "España".

Por otro lado, había un Imperio Mexica que dominaba a una multitud de pueblos indígenas, muchos de los cuales eran oprimidos y sacrificados en rituales que hoy nos parecen abominables. No se engañen; las guerras floridas no eran fiestas donde todos se abrazaban y compartían flores. Eran conflictos sangrientos donde se capturaban prisioneros para ser ofrecidos a los dioses. Y, aunque el Imperio Mexica era impresionante en muchos aspectos, no era un paraíso idílico donde todos vivían felices bajo el mismo estandarte.

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Es más, los conquistadores poco o nada habría podido hacer contra el Imperio Mexica si no hubiesen contado con el apoyo de Tlaxcaltecas, Totonacas, Texcocanos, Huejotzingas, y otros indígenas rivales de los mexicas. por lo que está por saber si la presidenta piensa exigirles también que pidan perdón.

Entonces, ¿qué estamos realmente discutiendo? La presidenta mexicana parece querer abrir una herida histórica que nunca sanará si seguimos aferrándonos a narrativas simplistas, en las que por idéntico motivo casi toda Europa debería exigir que Roma -Italia incluida- pidiera perdón por su pasado conquistador... o que el presidente de la República Francesa hiciese lo propio en memoria de las guerras napoleónicas que sometieron a la incipiente España. Y tal vez, el propio gobierno mexicano debería entonar un mea culpa respecto al resto de pueblos indígenas, empezando por hacerlos su presidenta, porque apellidándose Sheinbaum Pardo, y su antecesor López Obrador, más bien parecieran descendientes -ellos sí, no quienes descendemos de quienes nunca se movieron de este lado- de aquellos conquistadores de los que abominan. Se me ocurre que presidenta y expresidente podría pedir perdón ¿no? ¡Quién mejor que ellos!

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La historia no se puede reducir a buenos y malos; es más bien un laberinto lleno de matices y contradicciones. Si vamos a pedir perdones por actos pasados —y estoy seguro de que hay muchos hechos que a día de hoy nos avergüenzan, pero que no son exclusivos de una cultura o una civilización concreta— deberíamos empezar por reconocer que tanto México como España son construcciones históricas que han evolucionado con el tiempo.

Además, esta demanda podría interpretarse como un intento por parte del nuevo gobierno mexicano para consolidar su identidad nacional frente a un pasado colonial incómodo, de recrearse contra los demás en vez de por sí mismo, ya sea contra eso o contra los Estados Unidos. Sin embargo, hacerlo a expensas del diálogo constructivo entre Estados modernos solo perpetúa divisiones innecesarias. ¿Es realmente útil seguir alimentando rencores históricos cuando ambos países podrían beneficiarse enormemente del entendimiento mutuo?

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Así que aquí estamos: atrapados en una discusión sobre lo inexistente mientras el mundo avanza hacia adelante. Quizás sea hora de dejar atrás los fantasmas del pasado y enfocarnos en construir puentes en lugar de muros entre nuestros pueblos. Después de todo, si hay algo que hemos aprendido es que el verdadero desafío no radica en quién debe pedir perdón por lo que nunca sucedió, sino en cómo podemos avanzar juntos hacia un futuro más justo y equitativo para todos.

Porque la paradoja es que ni España ni México existían en 1492, por lo que España no conquistó México, y por tanto no puede pedir perdón por algo que no ocurrió. Y en todo caso ¿qué responsabilidad tenemos nosotros hoy de lo que hicieron ayer otros, sencillamente por vivir en el mismo lugar?

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En resumen: ¿perdón? Tal vez sería mejor hablar sobre colaboración e innovación cultural entre territorios hermanados que aún tienen mucho que aprender unos de otros. Porque seguir anclados en viejas disputas solo nos aleja más del verdadero significado de nuestra historia compartida.


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