Opinión

Ahorremos en jueces y fiscales

(Foto: malasombra).
Rafael M. Martos | Domingo 06 de octubre de 2024

Igual que el periodismo es una profesión que puede ejercerse sin tener titulación (lamentablemente, añado), se puede dirigir un máster universitario sin haber pisado una universidad si te llamas Begoña Gómez, o impartir justicia con solo ser ministro (se puede ser de Cultura sin bagaje académico, de Hacienda siendo médico, o de Interior siendo electricista, por ejemplo). ¿Realmente necesitamos jueces y fiscales? Con la claridad meridiana que exhiben algunos miembros del gabinete, parece que la justicia ya no es más que una cuestión de opiniones no necesiariamente bien fundamentadas, pero sí expuestas son apriencia de convicción suficiente.

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Cada día nos encontramos con ministros que no solo se dedican a la gestión pública, sino que también se erigen como expertos en derecho. "Aquí hay indicios", dicen unos; "no hay caso", responden otros. Y así, entre vaivenes y declaraciones grandilocuentes, nos aleccionan sobre lo que debe ser aceptado o desechado en los juzgados. Es admirable cómo logran simplificar el complejo entramado jurídico a meras anécdotas dignas de un café con amigos. ¡Qué maravilla! La ley al servicio del relato político.

Y mientras ellos se afanan en construir narrativas de conjuras y conspiraciones, uno se pregunta si realmente hace falta ese engorroso proceso judicial lleno de pruebas y testimonios. ¿Para qué? Si tenemos a nuestros ministros dispuestos a dictar sentencias desde el atril. La UCO (Unidad Central Operativa) puede hacer su trabajo, pero claro, siempre habrá alguien que decida cuándo hay que hacerle caso y cuándo es mejor ignorarla. ¿Y los jueces? Ah, esos son solo figuras decorativas en este teatro de lo absurdo.

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Es curioso observar cómo la justicia se ha convertido en una herramienta al servicio del poder, o mejor expresado: cómo el poder intentar convertirla en una herramienta, ya sea teledirigiéndola (nombramiento de jueces y fiscales), o reinterpretando sus decisiones (indultos y amnistías). Un día sí y otro también, escuchamos discursos encendidos donde se exige justicia con fervor casi religioso. Pero cuando llega el momento de actuar o decidir sobre casos concretos, todo cambia. Los mismos que claman por transparencia son los primeros en "archivar" causas o "desestimar" recursos sin más explicación que su propio criterio personal. Da igual lo que diga el tribunal correspondiente... es el ministro de turno quien condena o exculpa en sus declaraciones públicas.

Y aquí es donde entra el juego del subordinado agradecido: aquellos que deben mostrar lealtad inquebrantable al jefe del momento. Porque claro, no vaya a ser que alguien se atreva a cuestionar la dirección marcada desde arriba y te quedes sin el sueldo de ahora, y sin el de después. En este mundo donde las palabras pesan más que los hechos, ser un buen soldado significa defender lo indefendible con entusiasmo desmedido.

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Así estamos: atrapados en un ciclo donde la justicia parece ser una mera cuestión de conveniencia política. Mientras tanto, nosotros seguimos esperando respuestas claras y justas a problemas reales. Pero claro, eso sería pedir demasiado en un escenario donde lo único claro es el cinismo con el que algunos ejercen su poder.


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