Cuando escuché por primera vez sobre Doria, el robot capaz de detectar hasta 100 patologías oculares en solo 8 minutos, no pude evitar pensar en lo que eso significaría para nosotros, los mortales que a veces nos olvidamos de cuidar nuestra vista. Y es que, si hay algo que me ha enseñado la vida en Almería (más allá de la importancia del protector solar y las gafas de sol), es que nuestros ojos son una ventana al mundo, pero también un espejo de nuestras costumbres y vicios.
Recuerdo una tarde calurosa en la playa de San José, donde mi amigo Juanito se empeñó en jugar a las palas sin gafas. “¡No pasa nada! ¡Soy joven!”, decía mientras intentaba atrapar una pelota voladora. Al final del día, no solo tenía los ojos llorosos por el sol y la arena, sino que además se le había metido un grano de arena en el ojo. Y ahí estaba yo, riéndome mientras él se retorcía del dolor. Si Doria hubiera estado allí, quizás le habría ahorrado una visita al oftalmólogo y un par de lágrimas innecesarias.
La llegada de Doria al Hospital de La Paz es como un soplo de aire fresco en un mundo donde las colas para ver al especialista parecen eternas. Con una reducción del 45% en la carga de trabajo para los oftalmólogos, imaginen lo que eso significa: menos tiempo esperando y más tiempo viendo (literalmente). A veces me pregunto si este avance tecnológico podría ser el primer paso hacia un futuro donde podamos hacer chequeos oculares desde casa con solo mirar a una pantalla. ¿Te imaginas? Te pones frente a tu ordenador y ¡zas! Diagnóstico instantáneo. Aunque claro, eso también podría llevarnos a obsesionarnos con cada pequeño síntoma.
La inteligencia artificial detrás de Doria hace magia con nuestros ojos; analiza cada detalle y enumera posibles patologías como si estuviera leyendo un libro abierto. Es fascinante pensar cómo esta tecnología puede ayudarnos a prevenir problemas graves antes de que sea demasiado tarde. En Almería, donde el sol brilla casi todo el año y nos encanta disfrutar del aire libre, cuidar nuestros ojos debería ser una prioridad.
Aún así, no puedo evitar sentirme un poco escéptica. ¿Estamos dejando que los robots tomen decisiones sobre nuestra salud? Me acuerdo cuando mi abuela me decía: “Las máquinas no tienen corazón”. Ella siempre prefería ir a su médico de confianza antes que a cualquier aparato moderno. Pero aquí está la cuestión: Doria no reemplaza al médico; simplemente lo ayuda. Es como tener un asistente personal que te dice: “Oye, presta atención a esto”. Y eso es algo bueno.
Así que aquí estoy, reflexionando sobre Doria mientras miro por la ventana hacia el mar Mediterráneo. La tecnología avanza a pasos agigantados y aunque siempre habrá un lugar para el toque humano —como ese café con el doctor después de la consulta— también debemos abrazar estos avances que hacen nuestras vidas más fáciles.
Quizás algún día Juanito se acerque a mí con unas gafas nuevas y me diga: “Gracias a Doria he aprendido a cuidar mis ojos”. Y yo solo podré sonreírle pensando en cómo este pequeño robot ha cambiado nuestra forma de ver (y cuidar) nuestro mundo visual. Porque al final del día, todos queremos ver bien para disfrutar plenamente del paisaje almeriense… ¡y seguir jugando a las palas sin preocupaciones!