Hay algo en la vida que todos hemos experimentado, y si no lo has hecho, ¡prepárate! Esa sensación de tener una canción pegajosa dando vueltas en nuestra cabeza es casi como un rite de paso. Te levantas por la mañana, te preparas un buen desayuno con ese pan de Almería que tanto me gusta y, de repente, ¡boom! Ahí está, esa melodía que no te deja en paz. Puede ser el último éxito del verano o una canción de los 90 que creías haber olvidado. En mi caso, la última vez fue "Ave María... cuando serás mía" de nuestro paisano David, y no sé si reírme o llorar cada vez que me viene a la mente... y el caso es que solo me sé eso ¡no me sé la canción!
La ciencia tiene su explicación para este fenómeno: nuestra corteza auditiva se vuelve loca con patrones repetitivos y sencillos. Es como si tuviera un gusto especial por lo fácil y lo predecible. ¿No les suena? Como cuando vas a una fiesta en el barrio de La Cañada y el DJ pone una y otra vez esas canciones que todos conocemos y coreamos al unísono. El cerebro parece disfrutarlo sin esfuerzo, aunque a veces uno desearía poder sacarse esa melodía de la cabeza con un simple chasquido de dedos.
Y aquí viene lo interesante: la industria musical ha aprendido a jugar con esta debilidad cerebral. Los compositores están diseñando melodías específicamente para quedarse pegadas en nuestra mente. Recuerdo una conversación con mi amiga Laura mientras paseábamos por el Paseo Marítimo; ella decía que las letras simples son como ganchos invisibles que nos atrapan. Y tiene razón, porque muchas veces nos encontramos cantando esas canciones sin siquiera darnos cuenta.
Ahora bien, ¿cómo librarnos de estas melodías invasivas? He probado varias estrategias, desde concentrarme en hacer sudokus hasta ponerme a leer un libro (aunque a veces también me encuentro tarareando entre párrafos). Pero hay una solución más radical: escuchar la canción hasta saturarte. Sí, lo sé, suena contradictorio. Pero según los expertos, al exponer nuestro cerebro a la misma melodía repetidamente, llega un punto en que simplemente se cansa y decide dejarla ir. No puedo evitar recordar cómo mi hermano hizo esto con "La Bamba" durante un viaje familiar; después de horas escuchándola en bucle, juró nunca más querer oírla.
Este fenómeno nos muestra cuán manipulable es nuestro cerebro ante estímulos externos. No solo se trata de música; también estamos rodeados de publicidad diseñada para captar nuestra atención constantemente. En Almería, donde el sol brilla casi todo el año y las terrazas están llenas de gente disfrutando del ambiente, es fácil caer en esta trampa sensorial. Las promociones son como canciones pegajosas: te atrapan y no puedes escapar.
Así que aquí estamos, atrapados entre melodías pegajosas y anuncios brillantes. Pero al menos ahora sabemos que tenemos el control sobre nuestras mentes. Podemos aprender a manejar esos impulsos involuntarios y decidir cuándo queremos dejar entrar esas canciones "tirando a cutres". Porque al final del día, somos nosotros quienes elegimos qué melodía queremos llevar en nuestra cabeza… aunque siempre habrá alguna canción del verano lista para colarse sin invitación.