Opinión

Solidaridad con balcones a la calle

(Foto: Pablo Luna).
Rafael M. Martos | Sábado 09 de noviembre de 2024

La tragedia ha golpeado duramente a Valencia. La reciente Dana ha cobrado más de 200 vidas y aún hay decenas de personas desaparecidas. En medio de esta devastación, los actos de solidaridad no se han hecho esperar. Sin embargo, entre las nobles intenciones, surgen ciertos gestos que merecen una reflexión irónica.

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Unos amigos norteamericanos, con un crucero por el Mediterráneo planeado desde hace meses y que tiene previsto pasar por Valencia, me llamaron preocupados. Querían saber cómo podían ayudar a los valencianos afectados, conscientes de la incongruencia de su viaje de placer en medio de tal catástrofe. Querían hacer un donativo, un gesto sincero y privado, y me preguntaban a que entidad era más oportuno hacerlo y de que manera. Este tipo de solidaridad discreta, que emerge del corazón y el bolsillo personal, contrasta con la "solidaridad" que muchos otros exhiben con orgullo y, a menudo, con fines más egoístas que altruistas.

Por un lado, tenemos a jóvenes que, con sus escasos ahorros, realizan pequeñas donaciones, igual que ancianos con pensiones infímas, siempre dispuestos a ayudar. Estos gestos, aunque modestos, son profundamente significativos. Demuestran que la empatía y la solidaridad no dependen de la cantidad, sino de la intención genuina de prestar asistencia. Pero claro, estos actos no suelen llenar titulares ni alimentar las redes sociales.

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En cambio, la "solidaridad con balcones a la calle" se ha convertido en un espectáculo diario. Determinadas youtubers e influencers no pierden oportunidad para aparecer en redes, mostrándose "anegados" en limpiar barro y repartir ayuda, siempre asegurándose de que la cámara esté bien enfocada. Es casi cómico, si no fuera tan triste, ver cómo estas figuras públicas convierten la tragedia en una oportunidad para ganar likes y seguidores.

En medio de todo no están solo los que buscan el protagonismo personal, sino también el blanqueo de organizaciones de extrema derecha -que tanto proliferan en Valencia desde hace muchos años- que hoy limpian barro, y mañana apalean a un inmigrante, hoy sonrien en una foto solidaria, y mañana piden que no se rescaten a quienes llegan en cayucos o pateras.

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Y no es solo una cuestión de influencers. Las redes están inundadas de famosos que acuden a Valencia, no tanto para ayudar, sino para ser vistos ayudando. En medio de esta exposición mediática, algunos hasta se sorprenden al ver gitanos colaborando, como si fuera un descubrimiento exótico. Este racismo encubierto también tiene balcones a la calle.

Luego están los que llevan camiones llenos de ropa y alimentos. Lo importante es llegar, sacar la foto y, si la ayuda queda almacenada o sin distribuir, ya no es su problema. Lo esencial es que se vea su llegada triunfal, no la eficacia de su ayuda.

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En esta "solidaridad de escaparate", también se encuentran aquellos que critican sin fundamento a las entidades que están en el terreno, trabajando de forma efectiva y constante, difundiendo bulos sobre Cruz Roja y Cáritas. Para ellos, lo fundamental es criticar y ensalzar sus propios actos, mostrando una fachada de solidaridad mientras cuestionan a los que verdaderamente están haciendo la diferencia.

Finalmente, tenemos a los que claman por la ayuda ciudadana después de abogar por no pagar impuestos. Un brillante ejercicio de contradicción. Porque, si no pagamos impuestos, ¿cómo pretendemos reconstruir Valencia? Las carreteras, los edificios, las escuelas, la iluminación pública... Todo ello requiere recursos que, paradójicamente, vienen de esos impuestos que tanto desprecian.

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La verdadera solidaridad no necesita balcones, ni cámaras, ni likes. Es un acto íntimo y sincero, muchas veces silencioso. Es imperativo que recordemos que ayudar no es un espectáculo y que, en momentos de crisis, la autenticidad y la humildad valen más que cualquier post viral. Valencia necesita manos sinceras, no aplausos vacíos.

Reflexionemos sobre cómo ayudamos y por medio de quién, porque no, todos no son iguales.

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No se trata de ser vistos, sino de ver y comprender el dolor ajeno. Invito a todos a que, más allá de las redes y los flashes, aporten desde el corazón, con discreción y verdadero compromiso.

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