En un mundo que parece girar cada vez más rápido hacia el abismo, donde crisis sanitarias y desastres naturales se suceden como si fueran capítulos de una novela de terror, los ciudadanos nos encontramos atrapados entre la impotencia y la frustración. La clave parecer ser dónde comió fulano, que si tal alertó de esto pero no de lo otro, que si te ayudo o me ayudas, que si tu competencia o la mía, para al final convertir la tragedia de la DANA que mató más de 200 personas en un despropósito político.
Si de algo debieran servir las comisiones de investigación parlamentarias es para depurar el funcionamiento de los sistemas e implementar mejoras, pero ya vimos lo del COVID-19.
Recuerden aquellos días oscuros de la pandemia de COVID-19, cuando se nos confirmó por parte del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, un comité de expertos para guiar la desescalada. Tal comité nunca existió. La revelación no solo fue un golpe a nuestra confianza, sino una herida abierta que aún sangra en nuestra percepción sobre la transparencia y eficacia del gobierno. Si algo hemos aprendido es que las palabras pueden ser tan vacías como las promesas de un político en campaña.
Pero no se lo pierdan, aquí estamos, a noviembre de 2024, preguntándonos: ¿dónde está ese Centro para Emergencias Sanitarias que se anunció en julio de 2022? Más de dos años después, seguimos esperando ese instrumento que Sánchez aseguró crear de modo inmediato... pero como no se lo ha exigido ninguno de sus socios, pues nada. En lugar de avances tangibles, lo único que hemos visto es un desfile interminable de excusas y justificaciones que podrían rivalizar con cualquier obra maestra del teatro del absurdo. La falta de acción no solo es inaceptable; es peligrosa. Cada día que pasa sin este centro pone en riesgo nuestra capacidad para enfrentar futuras crisis... o al menos eso es lo que diría Sánchez si estuviese en la oposición.
Todo aquello que nos prometan y que nos anuncien, pierdan toda esperanza en que se cumpla. Esta frase podría ser el lema no oficial del Gobierno. La desesperanza se ha convertido en una compañera constante, alimentada por la falta de respuestas efectivas ante situaciones críticas como la reciente DANA en Valencia, donde los 14.500 millones comprometidos por el Gobierno, apenas el 10% es realmente una aportación del mismo.
El Gobierno parece inmóvil ante la tormenta, ofuscado en las pequeñeces de la tragedia, porque de momento, ni una palabra de como mejorar los sistemas de alerta, y mucho menos de como evitar futuras situaciones similares, porque volverán a producirse, si no ahí, un poco más arriba o un poco más abajo. La necesidad urgente de una respuesta efectiva ante emergencias no es solo un capricho administrativo; es una cuestión vital para la salud pública. La experiencia acumulada durante el COVID-19 debería haber sido suficiente para despertar a nuestros líderes del letargo burocrático. Pero aquí seguimos, con un vacío institucional que podría resultar devastador cuando llegue la próxima crisis.
La ciudadanía clama por respuestas concretas y acciones reales. No más promesas vacías ni anuncios grandilocuentes que se desvanecen como humo. La creación del Centro para Emergencias Sanitarias, tan urgente, tan imprescindible, no dejó de ser una mera declaración política y ni está ni se espera que vaya a convertirse en una realidad palpable. La falta de confianza en nuestras instituciones no es solo un síntoma; es un grito desesperado por mayor transparencia y compromiso.
Así que sí, perdamos toda esperanza… o mejor aún, exijamos acciones. Nuestra salud depende no solo de las palabras bonitas lanzadas desde un atril, sino de medidas efectivas que garanticen nuestra seguridad ante futuras emergencias. Los ciudadanos merecemos más que promesas vacías; merecemos respuestas concretas y un gobierno capaz de actuar cuando más lo necesitamos.