Opinión

Residencia de escritores

Moises Palmero Aranda | Lunes 02 de diciembre de 2024
Estoy inmerso en una bonita, enriquecedora y motivadora experiencia que ya desde su planteamiento me pareció maravillosa, la II Residencia de Literatura y Medio Ambiente que estamos viviendo en los montes segovianos de Valsaín, en el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama.

A diez escritores de toda España se nos ha dado la oportunidad de poder trabajar, durante nueve días, en nuestro próximo proyecto literario relacionado con la naturaleza, poniendo a nuestra disposición toda la documentación y archivos de la biblioteca del Centro Nacional de Educación Ambiental, CENEAM.

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Para poder estar aquí, pasamos un proceso de selección para el que presentamos un proyecto, la idea que queríamos desarrollar y nuestra motivación personal. El mío es un nuevo cuento del mar de Alborán, donde mezclaré posidonia, dunas de Punta Entinas y tres Reyes Magos muy marineros.

Solo tenemos que sentarnos a escribir y, tengo que reconocerles, está siendo lo más difícil. Era consciente, y también lo son los organizadores, de que a pesar de ser un sitio idílico, en una estación del año preciosa, con todas las necesidades cubiertas, la inspiración es caprichosa y las rutinas y espacios de escritura de cada uno son complicadas de cambiar y sustituir.

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Además, son tantos los estímulos que estamos recibiendo, a base de charlas, visitas, talleres, cafés a media mañana, paseos por el bosque y actividades conjuntas con la población de la comarca, que la cabeza no tiene tiempo de asimilarlos. Así que cuando nos quedamos a solas con el folio en blanco, el interés, por lo menos el mío, es ordenar las ideas para no saturar la memoria, guardar lo esencial y recordar los pequeños detalles.

Ya habrá tiempo de escribir, y estoy seguro de que ocurrirá muy pronto, porque la idea, la semilla, sobre la que trabajo, está germinada y su fruto está en el momento idóneo de maduración. Si no lo recolecto ahora, se pudrirá en los cajones del olvido o sobre la tierra de mi huerto literario, aunque no sería preocupante, porque los frutos que se descomponen en el suelo terminan germinando de nuevo, con otro color, forma y sabor.

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Lo más interesante, y la razón por la que me postulé, era tener la ocasión de poder convivir, conversar y debatir con los colegas. Conocer sus inquietudes, proyectos, maneras de sacarlos adelante, tanto creativa como editorialmente, y sobre todo, exponer lo que llevo muchos años haciendo para que pase por el tamiz de la crítica constructiva y experimentada de observadores ajenos y objetivos.

No hay nada mejor que el consejo, la opinión natural e improvisada, de un desconocido para hacerte entender que tu ombligo, todos tenemos uno, es solo la cicatriz del comienzo, de un bello recuerdo y la señal inequívoca de que otros caminaron y labraron la tierra que pisamos.

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Si germinamos siempre las mismas semillas, obtendremos los mismos frutos. Por eso es bueno sumergirte en un océano de humildad para reconocer tus limitaciones, los errores que considerabas aciertos y las herramientas que pensabas afiladas y no lo están. Además, de aprender a reconocer las huellas grabadas en senderos que creíste inexplorados, en ecos atrapados en barrancos que imaginabas intransitables o en las pinturas que cubren las paredes de cuevas que te convenciste eran inaccesibles.

Salir al camino significa confundir águilas reales con buitres, recitar haikus junto a los búnkeres de la guerra civil o pasear por los pasillos por donde vivieron reyes para hibridar las ideas, las experiencias, descubrir otros colores del otoño, otros refugios en los que recomponerse de las inclemencias y de las caídas, aprender nuevas recetas para cocinar los mismos ingredientes de siempre, y ser conscientes de que cada paso es parte del proceso, individual y colectivo, en el que, por muchas estrellas que brillen en tu solapa, siempre serás aprendiz, si lo que buscas es encontrar la solución a los problemas globales, o al menos una esperanza a la que aferrarse, una ilusión para continuar caminando a pesar de las vicisitudes.

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No sé cómo terminará esto, qué posos quedarán en mí de esta experiencia, pero lo que puedo adelantar ahora, es que ha venido a confirmar mi convencimiento de que la educación ambiental y la literatura son dos herramientas que maridan a la perfección y, como decía Celaya de la poesía, están cargadas de futuro.

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