Opinión

Anécdota y categoría de una ausencia

(Foto: malasombra).
Rafael M. Martos | Lunes 16 de diciembre de 2024

En la última semana, la política española ha estado marcada por hitos judiciales que afectan al Gobierno y su entorno, pero entre ellos se ha colado un hecho aparentemente menor pero que por razones obvias ha sido relevante en Almería: la ausencia de Juan Antonio Lorenzo, secretario general del PSOE provincial, en una comisión del Congreso de los Diputados. Este hecho fue suficiente para que el Gobierno, el Partido Socialista y Sumar, se quedaran en minoría y, por ende, no pudieran vetar unas enmiendas presentadas por el Partido Popular y Junts a una ley. La noticia se centró en las circunstancias que rodearon esa ausencia, y no faltaron explicaciones y justificaciones de la parte afectada, así como fantasiosas especulaciones. Sin embargo, más allá de la anécdota, la verdadera cuestión a analizar es la debilidad estructural del Gobierno, que se ve reflejada en la vulnerabilidad de sus posiciones ante situaciones tan aparentemente triviales.

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Como dirían los filósofos, debemos fijarnos en la categoría y no en la anécdota, o trascender de la anécdota a la categoría. En este caso, la anécdota es la ausencia de un diputado a una comisión parlamentaria, pero lo que realmente importa es lo que esa ausencia revela sobre la fragilidad del propio Gobierno de Pedro Sánchez. Es cierto que, de momento, la falta de Lorenzo ha tenido una repercusión importante: el Gobierno se queda sin recaudar unos 1.500 millones de euros a costa de las grandes compañías eléctricas y energéticas (ojo, es impuesto que les puso Mariano Rajoy, y suspendió Sánchez para que el precio de la luz fuese más bajo, por lo que si ahora se recupera, el precio volverá a subir... aunque esa es otra historia). Pero lo esencial no es tanto el dinero que se pierde (que se pierde el Gobierno, no nosotros), sino lo que significa que una situación de esta naturaleza pueda trastocar las decisiones clave de un gobierno.

La debilidad del Gobierno no radica únicamente en esta falta puntual, sino en su incapacidad para consolidar una mayoría estable y coherente en el Congreso, más allá de impedir que el partido ganador de las pasadas elecciones generales, gobierne. La política española se ha convertido en una danza interminable de concesiones a todos los sectores posibles: Pedro Sánchez parece estar atrapado en un equilibrio precario entre diversos actores políticos con intereses profundamente distintos. No es que en un momento necesite ser apoyado por Bildu y Esquerra Republicana, partidos independentistas de izquierda, y a otro, se vea obligado a pactar con el PNV y Junts, nacionalistas de derecha ¡es que tiene que hacerlo con todos a la vez! Además, no olvidamos a otros partidos regionalistas y catalanistas que demandan una financiación especial para sus territorios, al margen de los pactos anteriores: multilateralidad y bilateralidad a un tiempo. Una locura.

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Este panorama refleja una debilidad intrínseca: un Gobierno que no logra mantener una base firme y que depende constantemente de la suma de fuerzas dispares para sacar adelante sus proyectos. La ausencia de un solo diputado en una comisión revela una fragilidad estructural: si la ausencia de un miembro puede alterar el curso de una política fiscal crucial, ¿qué ocurre cuando los intereses en juego son aún mayores y más complejos? La respuesta es clara: el Gobierno está sujeto a un nivel de incertidumbre y precariedad alarmante.

La política de alianzas de Pedro Sánchez, que ha sido elogiada por su habilidad para mantener en pie una coalición heterogénea, en realidad refleja lo opuesto: un Gobierno que es incapaz de ofrecer una dirección estable y coherente. Es como si Pedro Sánchez intentara equilibrar en su mano las cartas de un juego de póker sin tener un as seguro. Al mismo tiempo, mantiene su relación con partidos de diversas tendencias ideológicas que, en última instancia, no comparten un proyecto común, ni en lo económico, ni en lo territorial, ni en lo cultura, ni en Exteriores... en nada.

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La verdadera cuestión, por tanto, no está en la anécdota de la falta de un diputado, sino en cómo esta pequeña grieta refleja la vulnerabilidad de un Ejecutivo que no tiene la fuerza suficiente para afrontar retos mayores. Que un diputado falte a una comisión y provoque un trastorno en la política fiscal de todo un Gobierno es un síntoma claro de la debilidad de la estructura política que lo sustenta. Y es que, más allá de las explicaciones y las justificaciones, lo que estamos presenciando es una debilidad absoluta, una precariedad de gobernabilidad que no puede ser ignorada.

El caso de Juan Antonio Lorenzo debería servir para reflexionar sobre la situación en la que estamos. En lugar de centrarnos en la anécdota, debemos cuestionar las bases mismas de este Gobierno y sus alianzas. La pregunta no es por qué faltó un diputado a una comisión, sino por qué un Gobierno con tantos actores contradictorios sigue siendo capaz de seguir adelante, cuando en realidad debería estar mostrando signos de colapso. Y si hay signos de colapso, por qué no revienta mediante un adelanto electoral o una moción de censura.

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Lo que está en juego no es solo la política fiscal por la ausencia de un diputado, sino la estabilidad de un Gobierno que, para muchos, está sosteniéndose más por la necesidad de conservar el poder que por una verdadera cohesión de proyecto. La anécdota solo es una manifestación de un problema mucho más profundo y estructural.

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