Si hay algo que me encanta de ser periodista es que siempre tengo una excusa para hablar de lo cotidiano, de esas pequeñas cosas que nos rodean y que, aunque parezcan insignificantes, tienen su peso en nuestras vidas. Hoy quiero hablarles de un tema que, a simple vista, puede parecer trivial: las monedas de céntimo y nuestra relación con ellas.
Recuerdo una tarde soleada en la Rambla de Almería, donde me senté a tomar un café con mis amigas. Mientras charlábamos sobre la vida y los amores perdidos (o encontrados), el camarero nos trajo la cuenta. Tras pagar, me quedé mirando las vueltas: un montón de monedas brillantes que apenas sumaban unos céntimos. “¿Alguien quiere esto?”, pregunté mientras agitaba las monedas en mi mano como si fueran confeti. Nadie se animó a llevárselas. Y así, como quien no quiere la cosa, acabaron en la caja del restaurante, probablemente junto a otros millones de céntimos olvidados.
Es curioso cómo en España tenemos esa especie de relación ambivalente con las propinas. No somos precisamente conocidos por dejar un extra generoso al camarero o al taxista. A menudo, cuando las vueltas son monedas de céntimo, muchos preferimos dejarlas caer en el olvido antes que cargar con ese peso innecesario en el bolsillo. Y ahora resulta que Trump ha decidido dar un paso más allá y dejar de fabricar esas moneditas en Estados Unidos. ¿No sería genial que Europa hiciera lo mismo? Es cierto que producir monedas cuesta más que su propio valor; es casi como intentar vender arena en el desierto.
En mi familia siempre hemos tenido una tradición curiosa con las propinas. Mi abuelo solía decir: “Si no puedes dar algo significativo, mejor no des nada”. Así que cada vez que salíamos a comer, él se aseguraba de dejar una propina considerable solo si estaba realmente satisfecho con el servicio. Pero claro, yo siempre le decía: “Abuelo, ¡no todos los días se puede dejar 5 euros por un café!”. Él sonreía y respondía: “Pero si te gusta lo que comes y cómo te tratan, ¿por qué no hacerlo?”. Esa filosofía ha calado hondo en mí.
Volviendo al tema de los céntimos, creo que hay algo simbólico detrás de esta cuestión. Las monedas pequeñas representan esos detalles mínimos pero significativos en nuestra vida diaria. Sin embargo, también son un recordatorio del exceso y del consumo innecesario. En Almería, donde el sol brilla intensamente y la vida parece transcurrir a otro ritmo, quizás deberíamos replantearnos qué hacemos con esos centavos perdidos.
Así que aquí estoy yo, lanzando una propuesta desde esta tierra maravillosa: ¿y si empezamos a ver esos céntimos como oportunidades? Oportunidades para hacer pequeños gestos hacia quienes nos rodean o para contribuir a causas locales que realmente importan. Después de todo, aunque sean solo unos pocos céntimos, juntos pueden sumar mucho más.
Dejemos atrás la costumbre de ignorar esos pequeños cambios y aprendamos a valorar lo diminuto. Quizás sea hora de darles una nueva vida a esos céntimos olvidados… o simplemente dejarlos descansar en paz antes de que alguien decida convertirlos en reliquias del pasado. ¡Salud por eso!