Opinión

Almeriense y meteosensible bajo la lluvia

(Foto: DALL·E ai art).
Aixa Almagro | Sábado 15 de marzo de 2025

Llevo tres semanas escuchando el murmullo constante de la lluvia. En Almería, donde el sol suele ser nuestro mejor amigo, estos días grises han sido como una visita inesperada de un pariente lejano que, aunque no esperabas, al final te alegra la vida. Y es que aquí, cuando llueve, se activa algo dentro de nosotros: una especie de fiesta interna que nos hace olvidar las penas y abrazar lo inusual.

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Recuerdo que el otro día, mientras esperaba en la cola del supermercado, escuché a una señora comentarle a su amiga: “¡Mira que ha llovido! ¡Esto es para hacer migas!” Y claro, no pude evitar sonreír. En Almería, los días de lluvia son sinónimo de preparar ese plato tan nuestro. Es como si cada gota fuera un recordatorio de que hay que reunirse en torno a la mesa y disfrutar del calor del hogar. Así que, entre risas y anécdotas familiares, terminé haciendo migas con mis amigos y recordando cómo mi abuela siempre decía que la lluvia era buena para los cultivos. ¡Y qué razón tenía!

Es curioso cómo hemos aprendido a convivir con este fenómeno meteorológico. Mientras otros lugares ven la lluvia como un inconveniente, aquí la convertimos casi en celebración. Sabemos que esos días de agua son vitales para recargar nuestros acuíferos subterráneos y alimentar nuestras tierras. Al fin y al cabo, somos hijos del campo y entendemos que cada gota cuenta.

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Sin embargo, no todo el mundo comparte esta visión optimista. Se dice que entre un 30% y un 60% de la población es meteorosensible. Yo misma he notado cómo algunos amigos se convierten en auténticos barómetros humanos; basta con verles frotarse las manos o quejarse de dolores articulares para saber que el cielo está llorando. Me hace gracia pensar en esas frases típicas de abuela: “Va a cambiar el tiempo, que me duele la cabeza”. ¡Qué verdad! Pero más allá del dolor físico, hay algo más profundo en esta conexión con el clima.

En mi caso particular, debo admitirlo: soy parte del club de los meteorosensibles. Cada vez que veo nubes oscuras acercándose al horizonte, siento una mezcla extraña entre ansiedad y emoción. Es como si la naturaleza me hablara directamente al corazón; me recuerda que todo está interconectado, desde las lluvias hasta nuestras emociones.

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Mientras otros se lamentan por los días grises y fríos, yo me aferro a mi taza de chocolate caliente y disfruto del momento. Porque al final del día, vivir en Almería significa aprender a bailar bajo la lluvia –y si es con migas en la mesa aún mejor–. Así que ya saben: si ven a alguien saltando charcos o riendo sin parar en medio del aguacero… probablemente sea yo disfrutando de este regalo disfrazado de mal tiempo. ¡Que siga lloviendo!

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