Opinión

¡Vaya Trumpazos!

(Foto: DALL·E ai art).
Aixa Almagro | Sábado 12 de abril de 2025

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Que no, que yo no soy de política. Prefiero hablar de los chiringuitos de Cabo de Gata, del olor a tomate recién cortado en los invernaderos de El Ejido, o de cómo mi abuela le pone azúcar al gazpacho (sí, herejía almeriense). Pero cuando Donald Trump lanza una guerra arancelaria que sacude el comercio global hasta en los mercadillos de Turre, me veo obligada a soltar el tinto de verano y escribir. ¿La razón? Viví en Tampa unos años, estudié en una universidad donde el Make America Great Again sonaba más que el himno nacional, y ahora, cada vez que Trump anuncia un arancel, me tiemblan hasta las alpargatas.

En Tampa, aprendí que los estadounidenses son expertos en dos cosas: poner queso líquido a todo y discutir sobre impuestos. Allí, mi roommate texana compraba sombreros mexicanos por Amazon… hasta que Trump puso un 25% a los productos de México. Ahora esos sombreros cuestan más que una cena en el Paseo de Almería (más que nada porque no los hay). Pero, ojo, no todo está perdido. En esta última tanda de aranceles, Trump ha perdonado a algunos productos como si fueran los indultados de la economía global. Y aquí viene lo curioso: entre los afortunados hay hasta gorros judíos hechos en Salteras (sí, un pueblo de Sevilla que parece sacado de un cuadro de Velázquez). ¿Por qué? Porque, al parecer, son "estratégicos". O quizá porque a alguien en la Casa Blanca le hace gracia pensar en Trump con un kipá… Quién sabe.

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Trump ha anunciado un arancel universal del 10%, pero hay productos que se libran como si tuvieran un pase VIP: cobre, fármacos, semiconductores, madera y hasta el oro. ¿La razón? Estados Unidos no los produce, o son vitales para su industria. Vamos, que el lema es: "Si lo necesito, no le pongo impuestos; si no, que se joda el país exportador". Por ejemplo, el cobre, esencial para cables y tecnología, se salva… aunque Almería, con sus minas de Rodalquilar abandonadas, podría haber sido proveedora en otra vida. Ironías del destino.

Y luego está México, el vecino favorito de Trump. Aunque les ha puesto un 25% a los coches, los aguacates y el tequila siguen entrando sin problemas. ¿Por qué? Por el T-MEC, ese tratado que hace que las cervezas Corona lleguen a Tampa tan frescas como las gambas de la playa de Monsul410. Eso sí, si México no hubiera firmado, ahora estaríamos llorando los tacos como oro.

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Mi primo Juanjo, que trabaja en un invernadero de Níjar, me lo resumió así mientras pelaba un pepino: "Oye, esto de los aranceles es como cuando vas a un mercao y regateas: si el tomate está bueno, pagas; si no, te vas al puesto de al lado". Pues eso. Trump negocia como un vendedor del mercadillo de El Zapillo, pero con un ejército de abogados detrás.

Y mientras, en Almería, seguimos exportando pimientos y berenjenas a media Europa sin que Trump nos meta en sus guerras (de momento). Aunque, si siguen así, pronto veremos a un agricultor de Dalías explicándole a un periodista de la CNN por qué los aranceles a Marruecos le benefician. Eso sí, con un acento que ni Google Translate entendería.

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Termino como empecé: con mi abuela. El otro día, mientras trituraba tomates, soltó: "¿Y estos aranceles son como cuando subió el aceite y tuve que dejar de freír con arbequina?". Exactamente, abuela. Solo que, en vez de aceite, es el futuro de la economía mundial lo que se fríe. Eso sí, mientras los gorros de Salteras sigan llegando a Miami, yo me quedo tranquila. Al menos, hasta que a Trump le dé por poner impuestos a las puestas de sol de Cabo de Gata…

PD: Por si acaso, voy a comprar todos los sombreros mexicanos que encuentre en el rastro de Almería. Nunca se sabe39.

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