Cuando escuché por primera vez la noticia de que unos niños en la República Democrática del Congo habían comido murciélagos y que esto podría estar relacionado con una enfermedad desconocida que está causando estragos, me quedé helada. No solo porque es un tema serio, sino porque, como almeriense, no puedo evitar pensar en los ecos de nuestra propia cultura y en cómo a veces nos encontramos con situaciones que parecen sacadas de una película de terror.
En Almería, donde las tapas son más que un simple acompañamiento a la cerveza, siempre hemos tenido un respeto casi reverencial por lo que nos da la tierra. Recuerdo a mi abuela contándome historias sobre cómo se cazaban pájaros en el campo, pero nunca se le ocurriría a nadie comer algo tan extraño como un murciélago. Sin embargo, en algunas partes del mundo, esa es la realidad. Y aquí estamos, mirando desde la distancia mientras más de 50 personas han perdido la vida en cuestión de días.
La Organización Mundial de la Salud ha confirmado que los análisis para el ébola y el virus de Marburgo han dado negativo. ¿Qué significa eso? Que estamos ante un enemigo desconocido, algo que aterra profundamente. En mi mente se agolpan imágenes de mis amigos disfrutando de una noche de tapeo en el centro de Almería, riendo y compartiendo platos típicos como el pulpo a la brasa o las famosas migas. La idea de perder a alguien querido en menos de 48 horas es una pesadilla.
Me pregunto si estos brotes son un recordatorio brutal de nuestra desconexión con la naturaleza. Aquí en Almería somos afortunados: tenemos acceso a alimentos frescos y saludables gracias a nuestra agricultura inigualable. Pero hay lugares donde la necesidad lleva a decisiones desesperadas. No puedo evitar pensar en mi amigo Juanito, quien siempre dice que "el hambre es muy mala consejera". Y tiene razón; cuando no hay opciones, uno puede hacer cosas impensables.
La situación en RDC también me hace reflexionar sobre cómo las enfermedades emergentes no conocen fronteras. A veces pensamos que estas tragedias son algo lejanas, pero hoy pueden ser noticias del otro lado del mundo y mañana pueden tocar nuestra puerta. La globalización ha hecho que estemos más conectados que nunca; lo bueno y lo malo viajan rápido.
Miro por la ventana hacia el mar Mediterráneo, y sienro una mezcla de gratitud por lo que tengo y tristeza por lo que ocurre lejos de casa. Espero que esta nueva enfermedad no sea otra historia trágica más en el libro oscuro de la humanidad. Quizás deberíamos aprender a cuidar mejor nuestro entorno y nuestras tradiciones alimentarias para evitar caer en extremos peligrosos.
Todos somos parte del mismo tejido humano. Desde Almería hasta África central, nuestras vidas están entrelazadas por historias como esta. Así que brindemos por nuestros murciélagos (no literalmente) y aprendamos a vivir con respeto hacia todo lo que nos rodea… porque nunca sabemos cuándo podríamos necesitarlo o cuándo podría volverse contra nosotros.