Un principio sagrado de la democracia es que gobiernen las mayorías con respeto a las minorías, pero en España hace tiempo que ocurre justo al revés: gobiernan las minorías con absoluto desprecio de las mayorías. Así lo demuestra el resultado de las elecciones generales del 23 de julio de 2023, en las que el Partido Popular (PP) obtuvo 136 escaños, seguido por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) con 122, Sumar con 31, Vox con 33 y el resto de formaciones minoritarias, de las cuales, con excepción de EH Bildu, todas han bajado su respresentación. Sin embargo, lo más probable es que gobierne una macrocoalición de perdedores, formada por el PSOE, Sumar (15 partidos distintos), Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Junts per Catalunya (JxCAT) y el Partido Nacionalista Vasco (PNV), y aún así les falten para la mayoría absoluta.
Pero es que lo más destacado, como ya hemos señalado, es que todos esos partidos han perdido escaños respecto a 2019, es decir, la confianza en ellos se ha visto mermada por parte de su propio electorado, pese a lo cual ahora tendrán más poder que antes ¿de verdad nadie advierte aquí una contradicción democrática?
Y otro detalle no menor es que para aunar ese respaldo, las peticiones de cada formación pueden ser contraproducentes para los intereses generales, y no me refiero a quienes piden la independencia, también a quienes logran inversiones extras para sus territorios, pero no menos grave es quienes reclaman gastos populistas o medidas contra el sistema productivo.
Esta situación supone una grave distorsión del sistema democrático español, que se basa en la representación proporcional y la soberanía popular. Como señala el artículo 1.2 de la Constitución Española de 1978: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Sin embargo, este principio se ve vulnerado cuando los partidos que han obtenido menos votos se alían para impedir que gobierne el más votado. Esto supone una falta de respeto al mandato de los ciudadanos expresado en las urnas y una quiebra de la confianza en el sistema político.
Pedro Sánchez, líder del PSOE y actual presidente del Gobierno en funciones, perdió una magnífica oportunidad de aceptar el guante que le lanzó Alberto Núñez Feijóo, candidato del PP, a lo largo de la campaña electoral y que reiteró en el debate cara a cara: que fuese investido aquel candidato que liderase la lista más votada. Sin embargo, Sánchez ya sabía que no iba a ser él quien ganara las elecciones y por eso salió tan feliz y contento al balcón de la calle Ferraz en la noche electoral y se permitió no felicitar al ganador. Ganar o no ganar no es importante en España.
Se afirma que el sistema español no es presidencialista y que esta propuesta no es viable, pero esto es radicalmente falso en el segundo término. Como explica el politólogo Juan José Solozábal: “El sistema español es un sistema parlamentario racionalizado con un presidente del Gobierno fuerte”. Nada impide que se alcance un acuerdo previo o que se cambie la ley para garantizar que sea investido el candidato más votado.
De hecho hay países como Francia o Estados Unidos, donde también hay bloqueos institucionales siendo presidencialistas, pero de lo que hablamos no es de presidencialismo sino de la investidura como presidente, que es muy diferente. Se trataría de dar con la fórmula para que la elección de este cargo sea más consecuente, y será luego ese presidente quien tenga que lidiar con las Cortes Generales para sacar adelante las leyes, pactando con unos u otros en geometría variable.
Lo cierto es que por este camino, el PP no volverá a gobernar nunca España mientras exista Vox, porque si el PP ha llegado a entenderse históricamente con los grupos nacionalistas vascos y catalanes de derechas, la presencia de Vox en la ecuación ahora lo hace imposible. Y si antidemocrático y anticonstitucional sería eliminar del Congreso a los nacionalistas, en caso de ocurrir, sus votantes siempre preferirían votar al PSOE que al PP si éste tiene que incluir a Vox, que es contrario al sistema autonómico, a las lenguas propias… Por cierto, todo ello igualmente contrario a la Constitución.
El PP llegó a proponer que en los ayuntamientos, siempre que un partido lograse el 35% de los votos, se hiciese automáticamente con la alcaldía, para evitar dejar en manos de grupos minoritarios el control del ayuntamiento, porque las experiencias son muy variopintas. No olvidemos que de lo que hablamos es de ser investido presidente, nada más -y nada menos- porque luego, incluso si Feijóo ostentase el cargo en virtud de la lista más votada, precisaría pactar con otros partidos para sacar leyes adelante. Pero Vox, que es otro partido que ha perdido 19 diputados, no sería decisivo imponiendo sus criterios a un partido que le supera en más de un centenar de diputados y a todo un parlamento, y a todo un país que también le ha castigado en las urnas.
Con esta norma, Javier Arenas habría logrado ser el primer presidente del PP en Andalucía, pero también Susana Díaz habría logrado mantener esa misma presidencia en manos del PSOE, y qué decir de Extremadura, donde el PSOE habría mantenido el gobierno. Con esta norma, nos habríamos evitado el bloqueo de la legislatura del “no es no”, que arrancó con la abstención del PSOE tras defenestrar a Pedro Sánchez, pero no habría evitado lo que pasó después, una moción de censura, y sí habría evitado que Sánchez hubiese tenido que “cambiar de opinión” coaligándose con Unidas Podemos, por mucho que luego hubiese tenido que negociar con ellos la tarea legislativa.
Y en relación al caso de Sánchez, presidente tras la moción de censura sin ser diputado, pone sobre la mesa otra anomalía, probablemente fruto de las excesivas cautelas de los “padres de la Constitución”. Resulta que la ciudadanía no puede elegir presidente directamente, solo diputados, pero esos diputados pueden acabar nombrando presidente del Ejecutivo a una persona que ni tan siquiera se ha sometido al veredicto de las urnas.
En definitiva, no es democracia si solo ganan los perdedores. Es una farsa que deslegitima el sistema y genera frustración y desafección entre los ciudadanos. Como dijo Winston Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”. Por eso, hay que defenderla y mejorarla, no pervertirla y degradarla.