El lehendakari Urkullu ha planteado recientemente la necesidad de reformar el modelo territorial del Estado español, proponiendo una "confederación de naciones" que reconozca la singularidad de Cataluña, Euskadi y Galicia. Sin embargo, esta propuesta deja al margen a Andalucía, una comunidad autónoma que también es una nacionalidad histórica, según el artículo 1 de su Estatuto de Autonomía.
Andalucía no puede aceptar ser relegada a un segundo plano en el debate sobre el futuro territorial de una España en la que la presencia de los nacionalistas del norte en el Congreso, y su voto imprescindible para investir al presidente del gobierno, así como para aprobar leyes (por ejemplo, los Presupuestos Generales del Estado) provoca constantes desequilibrios de todo tipo (casi una década hablando del Plan Ibarretxe, casi otra década del “procés”, y mientras, viendo pasar el tren de las oportunidades ante nosotros... es un decir, porque el AVE no llega).
No me entretendré en que Andalucía tiene una identidad propia, forjada a lo largo de siglos de historia, cultura y lucha, aunque ciertamente no les vendría mal a algunos sacar al cabeza de los libros de texto inspirados en la visión franquista y castellanocéntrica de la historia de España, pero nos perderíamos por las ramas en algo que ya debíamos tener superado. Me quedaré con que Andalucía ganó en la calle y en las urnas su condición de nacionalidad histórica, al mismo nivel que Cataluña, Euskadi o Galicia, en tanto que a éstas se les regaló (por favor, revisen la Constitución, a ver dónde las nombra como tal, y de camino, a ver si encuentran dónde se determina jurídicamente en qué consiste ese estatus), y tras el desbloqueo del proceso andaluz, se le regaló al resto. Solo nosotros lo peleamos, y solo nosotros lo ganamos, porque el partido del Gobierno, la UCD, y el principal partido de la oposición, el PSOE, estuvieron en contra (como los mismos que ahora reclaman de nuevo dejarnos fuera, los nacionalistas vascos y catalanes) de nuestra autonomía plena (tampoco entraré en el desbloqueo, ni tampoco en el cambio de chaqueta socialista, porque de nuevo nos iríamos por las ramas).
Por todo ello, Andalucía no puede quedar excluida de ningún proceso de reforma constitucional o estatutaria que afecte al modelo territorial, como tampoco de una reinterpretación constitucional.
Seguramente alguien podrá decir que si los andaluces no hemos pedido nada hasta ahora, es porque nada queremos, pero no es exactamente así. En Andalucía, lograda la autonomía, hemos tenido que ir recomponiéndonos como sociedad, hemos tenido que ir avanzando hacia un nivel de vida que solo conocían nuestros emigrantes a Madrid, Cataluña o País Vasco; y por otro lado, hemos ido sufriendo una gran decepción y un desapego a nuestro autogobierno porque hemos comprobado que no resolvía nuestros problemas de modo efectivo, que con casi cuatro décadas de autonomía seguíamos siendo los últimos. Nosotros teníamos demasiados problemas por resolver, y una identidad propia tan incuestionable y desbordante que sin nosotros, España no existiría.
Donde estén Cataluña, Euskadi o Galicia, tiene que estar Andalucía. Y donde lleguen esas tres, tiene que llegar Andalucía. Andalucía es una realidad nacional, una nacionalidad histórica, y si al PNV o a Vox no les gusta, pues es su problema, es lo que hay. Esperemos que al presidente Juanma Moreno (PP) no le tiemble la voz a la hora de medirse a los del norte, anteponiendo su tierra a cualquier otro elemento como hizo su admirado Clavero Arévalo, y que el líder del PSOE, Juan Espadas, no haga lo que hicieron Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Chaves, Rodríguez de la Borbolla... que fue no creer en nosotros.
Recuerdo ahora a alguien que pasó fugazmente por el liderazgo del Partido Andalucista, Julián Álvarez, a quien cogió en el cargo la reforma del Estatuto Andaluz, y uno de sus eslóganes en aquel proceso fue "A Andalucía, nación le interesa". Al preguntarle si eso no podía ser contraproducente desde el punto de vista electoral en una tierra tan escasamente nacionalista, me explicó que el término pretendía ser una "salvaguarda". Entendía el andalucista que era importante "colar" el término "nación" en el Estatuto porque se temía que vascos y catalanes lo hiciesen, y eso sirviera para, posteriormente, utilizarlo para volver a marcar distancias con respecto a Andalucía. Visto lo que está ocurriendo, tenía razón... y Clavero Arévalo fue quien lo solventó recordando la expresión del Manifiesto de la Nacionalidad y que el PP de Javier Arenas y el PSOE de Manuel Chaves (y demás grupos) apoyaron incluir en el actual Estatuto, el de "realidad nacional".
Les sugiero por último, buscar en Youtube las declaraciones del presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo siendo presidente de la Xunta, en las que decía que si Cataluña o País Vasco sacaba pecho identitario para reconocerse como naciones sin estado, él estaba convencido de que por las mismas razones, Galicia también podía considerarse una nación sin estado. Ahí se lo centro al presidente de la Junta de Andalucía.