A estas alturas, creer a Pedro Sánchez o a cualquiera de los miembros de su banda es, como cantaba Angela Carrasco, “querer ganar el cielo por amor y es haber perdido el miedo al dolor”. Hace falta estar muy enamorado, o muy “in love”, que dicen ahora los menores acompañados españoles, de esta patulea de mentirosos compulsivos que dicen que nos gobierna. La rara virtud del sanchismo es que nos ha enseñado a entenderles como quien mira el espejo de Alicia: si alguien quiere conocer la verdad tan sólo tendrá que invertir el sentido de lo que cualquiera de ellos diga, porque todos mienten todo el rato.
Sin necesidad de volver a reproducir la copiosa y dolorosa deposición de mentiras (algunas de ellas con resultado directo de la muerte de muchos españoles) con la que este infame gobierno alfombró los meses iniciales de la pandemia, creo que merece la pena destacar el último (en su acepción de “más reciente”) embuste de esa calamidad con botox facial que es Pedro Sánchez.
Embarcado en una gira popstar de difusión de mensajes de esperanza y resilencia heterotransveral y ecosostenible, el presidente del sedicente Gobierno puso una pegatina del Gobierno a las primeras cajas de vacunas, como si fueran un producto de los laboratorios Sánchez-Redondo y anunció en Zaragoza un Plan Nacional de Vacunación que iba a ser la envidia de “Uropa”, como dice su desvencijada portavoza. Y como saben que la mentira no les penaliza, el Dr. Fraude se vino arriba y se comprometió a que este verano estaremos vacunados todos. Pero una cosa es la inmunidad de rebaño y otra la caradura del pastor. Vamos a ver; con independencia de la monumental cagada de la burocracia europea en sus negociaciones con los laboratorios fabricantes de las vacunas, a estas alturas es evidente que no es posible que los diferentes modelos sanitarios de las comunidades tengan la capacidad necesaria para poder inyectar todas las vacunas necesarias antes del final del verano, como aún insisten en proclamar esta partida de trileros con cartera ministerial.
Por lo tanto, sólo caben dos opciones: afrontar la realidad o seguir tapándonos la cabeza con la sábana, como pretende ahora la que pasaba por ser la lista del grupo, la ministra Calviño, que sigue aferrada a la idea de que en la temporada de verano vamos a tener un montón de empleo y que las cifras actuales (con el mayor desplome del PIB desde la Guerra Civil) son positivas. Pues que le hagan una PCR a esta señora, que efectivamente debe ser positiva.
Y aquí es donde quiero llegar: sin vacuna no hay verano, y sin verano no hay recuperación. Por lo tanto, da igual lo que digan Pedro, Pablo o la madre que los parió, porque a no ser que la cosa cambie radicalmente y nos lleguen las vacunas como nos llegó la nieve de Filomena y estos mangurrinos pierdan el complejo ideológico y abran la mano a que la sanidad privada y las Fuerzas Armadas puedan vacunar y se habiliten pabellones para hacerlo a destajo, nos quedamos sin verano, sin turistas (a ver quién va a querer venir a España tal como estamos) sin empleos y sin planes de recuperación. Y dos veranos perdidos en un país como el nuestro suponen la muerte de buena parte del tejido empresarial de una de nuestras principales industrias, por mucho que le duela al mameluco del ministro de Consumo Garzón, que tan en contra está de la hostelería.
Llegado ese momento no valdrán ni los anuncios, ni las promesas, ni los cantos de sirena de este inútil gobierno, que ha llevado su optimismo suicida al mismo nivel del trágico corrido que relata la muerte de Rosita Alvírez: “La noche que la mataron, Rosita estaba de suerte. De tres tiros que le dieron, nomasuno era de muerte.” Pos ándele, Pedrito.