<
www.noticiasdealmeria.com

El cacillo del Virginiano

Por Javier Irigaray
martes 20 de enero de 2015, 08:02h

google+

Comentar

Imprimir

Enviar

Add to Flipboard Magazine. Compartir en Meneame

Escucha la noticia


Hasta Medicine Bow, en el estado de Wyoming, llegó un vaquero en su largo peregrinaje en busca, sin duda, del tiempo perdido y de una vida tranquila y pacífica. Nadie supo jamás su nombre salvo, seguramente, Henry Garth, juez del pueblo y hacendado propietario del rancho Shiloh, en donde fue contratado como capataz.

Acostumbraba verse al vaquero, conocido como el ‘Virginiano’, bajo un árbol solitario, uno de esos que jamás dejan ver el bosque para protegerlo de miradas depredadoras al tiempo que inanes, sentado en el suelo al amparo de una lumbre en la que solía calentar algo de café en un ajado cacillo, desconchado en mil fogatas, mientras que, absorto, reflexionaba sobre temas cotidianos y valores típicamente americanos como la justicia, los prejuicios y las relaciones entre los habitantes de Medicine Bow.

El Virginiano, como de costumbre, se hallaba atizando el fuego en el que hervía el recipiente que descansaba sobre tres piedras hábilmente dispuestas a tal efecto. Hacía ya un buen rato que había amanecido. La mañana había roto, como la primera mañana, y el mirlo ya había cantado, como el primer pájaro, cuando el flamante vehículo de representación que encabezaba una comitiva paró junto al vaquero.

La ventanilla del auto bajó acompañada del suave sonido emitido por el mínimo roce entre el cristal y el fieltro. Del orificio emergió una cabeza y unos ojos, escondidos tras unas gafas de pera reflectantes, escrutaron la figura tranquila, recostada sobre el tronco, del Virginiano.

- Oiga, jefe. Para la Universidad George Mason, en Arlington ¿queda mucho?

El capataz del rancho Shiloh no movió ni tan siquiera un músculo, excepción hecha de los imprescindibles para continuar hurgando en las ascuas que habían de mantener el contenido de su taza en ebullición.
El hombre del auto volvió a repetir su pregunta.

- Venimos desde Washington. Ya casi no recuerdo cuándo salimos ¿querría hacerme el favor de decirme cuánto tiempo nos queda para llegar a Arlington?

El Virginiano, impasible, apartó el cacillo del fuego y se lo acercó, sosteniéndolo con ambas manos, hasta casi rozar su rostro, pero no emitió ni un solo sonido. Tampoco miró a quien le interpelaba desde el coche. Ni por instante apartó su mirada de las vacas que se afanaban en buscar algo de sustento bajo la nieve.

El copiloto, enfundado en un impecable, aunque algo arrugado, traje negro, bajó del coche y se dirigió hasta el vaquero, insistiendo en su interrogatorio.

- Oiga, no puedo saber a qué responde su actitud, ni tampoco me interesa. Somos españoles. Venimos en son de paz con nuestro líder, Pedro Sánchez, que tiene que acudir a una cita con estudiantes de la Universidad George Mason a la que acudirán, también, el embajador español en Estados Unidos, Ramón Gil Casares, y el rector del centro, Ángel Cabrera. Únicamente quiero saber cuánto tiempo nos queda para llegar y poder avisarles de nuestro retraso.

Esta vez, el hombre sin nombre conocido se irguió y, tras dar un sorbo al café del cacillo, se encaró a su interlocutor.

- En primer lugar, le diré –le dijo- buenos días. Es sólo una cuestión de educación pues, como puede apreciar, la mañana es un tanto desapacible. Normal a mediados de enero. Y, en otro orden de cosas, no sé cuál es la velocidad a la que viajan ni conozco la hoja de ruta que les lleva a la deriva. Washington está junto a Arlington, en Virginia, y ustedes están a 3.000 kilómetros de su objetivo, en Wyoming. Podrían tardar 26 o 27 horas en volver, dependen de si lo hacen por Iowa y Ohio o atravesando Missouri y Kentucky, o toman otra ruta tan extravagante como la que me llevan y puede que necesiten 27 días o 27 años. Por otra parte, ya nadie les espera en Arlington. El embajador se ha largado y el rector se ha cansado de esperarles y ha puesto en twitter "espero que Sánchez pueda dirigir mejor un país que un GPS".

Javier Irigaray

Presidente de Argaria, asociación cultural