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Libertad de expresión políticamente correcta

Por Rafael M. Martos
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martes 20 de enero de 2015, 08:13h

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Si en las distancias cortas es donde la colonia de un hombre se la juega, a decir de un afamado spot, también es en las distancias cortas donde se dilucidan las grandes cuestiones sobre las que tan fácil es teorizar y tan difícil practicar.

Un buen número de almerienses nos unimos hace una semana a los millones de personas que en todo el mundo sostuvimos una pancarta con la frase “Je suis Charlie Hebdo”, como reflejo de nuestro compromiso con el derecho a la libertad de expresión. Es evidente que algunos de los que allí estábamos no compartimos su estilo de hacer humor, ni nos parece razonable burlarse de modo a veces tan soez de algo tan íntimo como son las creencias religiosas de cada cual. En ese compromiso que se nos supone a los periodistas -al fin y al cabo nos ganamos la vida gracias a este derecho y al de información, que son complementarios- vimos también comprometidos a musulmanes residentes en esta provincia y sacerdotes católicos. Y es que las cosas que nos unen deben anteponerse a las que nos separan.

Pero ese derecho inalienable en democracia se ve permanentemente secuestrado sin que a nadie o a casi nadie parezca importarle, pero eso sí, se hace en defensa de lo políticamente correcto. Así el mismo día que caían los terroristas que actuaron en Francia, a un cómico llamado Dieudonné se le detiene por bromear sobre los atentados de tal modo que parecía justificarlos, y la pregunta es por qué nadie defiende su derecho a decir una estupidez como esa.

Más cerca hemos tenido el caso de una murga de Tenerife a la que le están exigiendo que retire de su repertorio una letrilla calificada como homófoba por algunos, o que las instituciones la dejen fuera del concurso. La pregunta es la misma, que dónde dejamos el derecho a la libertad de expresión para estos carnavaleros, por lamentable que sea su canción.

Podríamos seguir con ejemplos que a más de uno se le habrán venido a la cabeza, pero es suficiente para dejar en evidencia cómo se ponen límites a la libertad de expresión con criterios más que cuestionables. Se prohibe quemar una bandera o insultar al jefe del Estado, pero se defiende que la democracia y la libertad de expresión debe conllevar el derecho a burlarse de las religiones.

¿Por qué los católicos deben aceptar imágenes que consideran blasfemas y los homosexuales no pueden aceptar bromas ofensivas? ¿Por qué los musulmanes deben aceptar burlas sobre lo más sagrado que tienen y las víctimas de un atentado no pueden aceptarlas sobre el crimen? ¿Está legitimado para defender la libertad de expresión que supone una portada en la que fornica la Santísima Trinidad quien luego pide la exclusión de un evento público a quien se mofa de la homosexualidad en un contexto irreverente como es un Carnaval? ¿Está legitimado para encabezar una manifestación por la libertad de expresión que significa publicar la caricatura del Profeta Muhammad con un turbante con mecha explosiva, alguien que saca a los musulmanes de sus casas para dárselas a los de su misma raza?

Se da la circunstancia de que al menos en el Estado Español, hasta 1988 fue delito incluido en el Código Penal la blasfemia, pero fue en realidad sólo hubo una sustitución tal como puede verse leyendo el artículo 525 del Código Penal: "Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican". Su segundo apartado señala las mismas penas para "los que hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna". La pregunta es por qué eso no se aplica... ¿para qué se legisla? ¿por qué sí se aplican las leyes cuando se hace mofa de otras cosas pero no de las religiones?

Creo que nadie debe regular la libertad de expresión, ningún gobierno de ningún país debe decirnos hasta donde podemos llegar. Somos la ciudadanía, como detentadores de ese derecho los únicos que debemos ponernos límites, y esos límites son el respeto a los demás, comenzando por entender que aquello que a nosotros no nos parece condenable, a otros sí, y al revés. Seguramente hay que utilizar para ello más el cerebro y menos los intestinos.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"