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Deporte profesional y cultura siguen dejando emerger situaciones de riesgo psicosocial y problemas de salud mental

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Los problemas de salud mental en el desempeño de actividades deportivas de alta competición y especial proyección profesional, por la presión al rendimiento deportivo, tanto en deportes individuales como de grupo o colectivos, hace años que están a la orden del día. La creciente visibilidad y emergencia de cuestiones de esta naturaleza, hace un tiempo completamente tabú, ilustrados con algunos de los rostros y voces más conocidas de este ámbito, encuentra cada día un ejemplo. Lo que exige una reflexión más profunda sobre las condiciones de organización y de gestión de las competiciones deportivas profesionales para equilibrar rendimiento y bienestar de las personas profesionales del deporte.

Así, a las nuevas manifestaciones del -más que justificado- balón de oro, el español Rodri Hernández, cuando narra, a propósito de lo comentado a tal fin por Álvaro Morata, capitán de la selección española, campeona de Europa 2024, sus cuadros de ansiedad a finales de temporada, cuando se precipitan los finales de todas las competiciones y debe jugar prácticamente todos los partidos, hay que añadir la retirada del fútbol profesional anunciada por otro Rodri. Se trata ahora del capitán de un club más modesto, el Linares deportivo, pero de un gran jugador, que ha dado muchos buenos momentos al equipo y que, tras doce temporadas, ahora reconoce que se retira por la ansiedad que le provoca la competición. Sorprende, sin embargo, que habiendo él reconocido públicamente la causa de su retirada, no suelan recogerlos los medios escritos. La carta abierta, tras la retirada del mejor deportista español de todos los tiempos, Rafael Nadal, donde ha reconocido cómo, una de las mentes más fuertes y poderosas del mundo deportivo, también ha sufrido la presión competitiva y ha vivido situaciones de ansiedad y estrés, dentro y fuera de las canchas

El art. 22.1 f) de la ley 39/2022, de 30 de diciembre, del Deporte. reconoce, entre los derechos comunes a todas las personas deportistas: “El desarrollo de su actividad libre de cualquier forma de discriminación o violencia y en condiciones adecuadas de seguridad y salud, en los términos que se establezcan reglamentariamente”.

Vemos, pues, que la nueva ley del deporte no descuida la previsión del derecho a la protección de un entorno deportivo seguro y saludable para todas las personas que lo practican, en especial profesionales. Sin embargo, se condiciona en gran medida a la existencia de una norma reglamentaria, que hoy no existe, como tantas otras promesas y asignaturas pendientes de esta ley. A comenzar por la que es sin duda una de las principales, la existencia de un nuevo y actualizado Estatuto de las personas deportistas profesionales (sustituyendo al caduco Real Decreto 1006/1985). Precisamente, el 12 de noviembre pasado se constituyó, finalmente, la subcomisión del Estatuto del Deportista en el Congreso de los Diputados, integrada dentro de la Comisión de Educación, Formación Profesional y Deportes. Si bien son legión los temas que tendrá que tratar esta Subcomisión hasta alcanzar un mínimo acuerdo al respecto, nos parece evidente que uno inexorable tendrá que ser el relativo a la protección de la salud mental de las personas deportistas, en todos sus niveles.

Tampoco el mundo de la cultura en general, y más particularmente del cine, se libra de este tipo de problemas, en buena parte de las ocasiones asociadas a las consecuencias que deja en las víctimas la extensión de las conductas de acoso sexual en el trabajo y estilos de gestión tiranos por abuso de poder (del que no se libra, como se sabe, tampoco, lamentablemente, el deporte, profesional y amateur). En más de un caso se constata la fractura entre la valoración profesional de las personas victimarias, al menos a las que se imputa tales comportamientos, que alcanza el máximo nivel social y profesional, y cómo se comporta en el interior de la actividad, en privado, extramuros de los estándares de respeto a la dignidad, integridad y salud exigibles. Los protocolos de prevención de este tipo de situaciones, formalizados por la mayoría de estas entidades, ponen de relieve sus deficiencias.  

Sin entrar, lógicamente, en las concretas situaciones, muchas de ellas en sede judicial, sí es importante resaltar la necesidad de que, tanto las estructuras del deporte como las de la cultura, asuman un papel más proactivo en materia de protección de la dignidad, libertad y bienestar de sus profesionales. Los protocolos y servicios de apoyo psicosociales deben revisarse de forma profunda, también las condiciones de competición, para humanizarlas. 

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