Mucho se ha comentado las declaraciones del vicepresidente segundo y líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, en su televisión más amiga, en su programa más amigo, y a uno de sus periodistas más amigo, equiparando al prófugo de la justicia de un Estado democrático, Carles Puigdemont, con los exiliados por sus ideas políticas tras el intento de golpe de estado que acaba en guerra civil y concluye con la implantación de una dictadura fascista.
Pero poco se ha mencionado su lamento al comprobar “Me he dado cuenta de que estar en el Gobierno no es estar en el poder”, que es una de las frases que mejor resume su idea totalitaria de la política, que ciertamente no es algo nuevo en él, pero ahora no está en boca de un joven con ínfulas revolucionarias, sino que se trata de un miembro del Ejecutivo.
Y es que ahí está la clave que no entiende, o no quiere entender, Pablo Iglesias.
Precisamente la democracia va de eso, de la existencia no de un poder, sino de tres si nos atenemos a Montesquieu, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, o de cuatro, si añadimos la libertad de prensa.
Pablo Iglesias no entiende que haya medios de comunicación que informen de cosas que en su opinión deben ser ocultadas, o que haya opiniones contrarias a la suya, por eso siempre ha estado en contra de que haya medios privados, y justifica que los públicos sean controlados por el gobierno.
Por eso mismo considera que quien tiene el Gobierno, debe usurpar las tareas legislativas, es decir gobernar por decreto, como hacen los dictadores, y de la misma manera, el sistema judicial debería quedar al arbitrio del Ejecutivo, nombrando y cesando jueces, que es algo que también justificó en su momento, a lo que se añade la posibilidad de indultar a quien desde su óptica no merezca la condena.
Y todo este poder para los soviet, perdón, para el Gobierno, lo reclama alguien que lidera un partido político que en 2015 logró 5.212.711 votos en las elecciones generales, en las siguientes producidas solo un año después, había perdido más de 125.000 votos, tres años después se quedó en 3.751.145 votos, y meses después le abandonaron otros 630.000 electores… pero sonó la flauta y él logró entrar en el Ejecutivo de Pedro Sánchez.
Es decir, que un personaje con poco más de tres millones de votos, pese a lo cual gobierna, lamenta no tener todo el poder en un Estado de 47 millones de personas, cuando ni tan siquiera ha sido capaz de mantener el orden dentro de su propio partido, de cuya cúpula inicial solo queda él, y cuyos principios ha ido modelando según sus propios caprichos.
Quizá de lo que se ha dado cuenta este profesor en Ciencias Políticas, es que existen los contrapoderes, y que eso fundamenta la democracia, y que esos contrapoderes son diversos. Que un rico y un pobre tienen el mismo poder, el de su voto, como un sindicalista y un empresario, por ejemplo, o que los poderes autonómicos son también contrapoderes del central y viceversa.
Iglesias lo ha expresado de modo claro: ambiciona el poder absoluto, como el de Franco, Mussolini, Hitler, Stalin, Pinochet, Videla, Castro, Kim Jong-un… o sí, el propio Maduro, aunque a éste seguro que todavía lo considera un poco blandito con los disidentes.
Y Pedro Sánchez, durmiendo a pierna suelta, sin enterarse de que él también le sobra a Pablo Iglesias.