El pasado 28 de mayo, la portavoz en el Congreso del Partido Popular, la marquesa Cayetana Álvarez de Toledo, respondía al reiterado abuso de su título nobiliario en las referencias que a ella hacía el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias (Unidas Podemos), recordándole que él era hijo de un terrorista del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota).
Iglesias anunció en ese mismo momento que su “señor padre” tomaría las medidas legales oportunas… no dijo para qué, y el detalle es importante, por cuanto si consideraba vulnerado su honor, es porque ser miembro del FRAP es algo deshonroso, si bien ha sido él mismo, como hijo de su “señor padre” quien publicitó esa militancia. O podría ser que el FRAP no fuera un grupo terrorista, lo que a la luz de sus crímenes cuesta bastante asimilar, por mucho que pudiésemos considerar noble luchar contra una dictadura fascista.
El hecho es que el vicepresidente, considera que debe ser demandada una diputada –aforada y que habla desde la tribuna, en un discurso político- por llamarle hijo de un terrorista, pero este martes, el propio Iglesias afirma desde la Moncloa, que "Hay que naturalizar que en una democracia avanzada cualquiera que tenga una presencia pública y que tenga responsabilidades en una empresa de comunicación o en la política está sometido tanto a la crítica como al insulto en redes sociales".
Por tanto, a Pablo Iglesias, secretario general de un partido político, diputado, y vicepresidente del Gobierno, no se le puede llamar hijo de terrorista, aunque su padre haya sido condenado por militar en una organización terrorista, pero se le puede llamar hijo de puta, aunque su “señora madre” sea la más honesta del mundo, o precisamente por eso, porque esa expresión no refleja una realidad, como si lo hace “hijo de terrorista”, y es por tanto, un insulto, que es algo que hay que ir normalizando porque estamos en una democracia avanzada.
Iglesias, a quien igual hay que ir normalizando que se le llame gilipollas, respondía en rueda de prensa a una pregunta sobre los ataques constantes que viene realizando a determinados periodistas y a determinados medios de comunicación.
Iglesias, a quien igual hay que ir normalizando que se le llame imbécil, no acaba de enterarse –o quizá sí- de que está en el Gobierno, y que aunque los gobernantes siempre han exhibido sus cariños con unos periodistas más que con otros, y con unos medios más que con otros, nunca han llegado a los extremos que él está alcanzando en tan poco tiempo.
Quien tiene en su mano a la Policía, al CNI, a la Fiscalía, a la Abogacía del Estado, a Hacienda, a la inspección laboral, y sí, la mayor cuenta publicitaria de todo el país… no puede comportarse como el chulo y el macarra que disfrutaba interpretando cuando era un aspirante a Stalin, que es como él mismo se definió al considerarse textualmente como “un marxista convertido en psicópata”.
Iglesias, a quien igual hay que ir normalizando que se le llamen machista irredento, es el que señala con nombres y apellidos a los enemigos, para que luego su ejército de trolls les acribille en las redes sociales, o les hagan escraches aprovechando que no viven en un chalet en una zona residencial, que no van al trabajo en coche oficial, que no tiene guardaespaldas, o no hay patrullas policiales custodiando su casa.
En todo caso, gracias a esta declaración de principios, ya sabemos qué podemos y que no podemos, llamar al vicepresidente. Sin lugar a dudas esto nos va a ayudar mucho a la hora de definirle sin temer que ponga una demanda o una querella, porque el insulto al vicepresidente del Gobierno es algo que hay que ir normalizando.