Los datos estadísticos ponen de manifiesto que en occidente, en general la práctica religiosa ha disminuido exponencialmente. Todo esto antes del fenómeno de la pandemia por lo que no se trataría de impedimentos de tipo sanitario o circunstancial. Después de realizar 54.000 consultas a europeos de 34 países entre 2015 y 2017, incluyendo dos encuestas sobre la religión, al realizar un análisis conjunto dirigido por el centro de estudios Pew Research Center, se constaron datos tan extremos y significativos como los de Bélgica, que solo el 11% de la población declara rezar todos los días; o Dinamarca, donde solo el 10% de los ciudadanos aseguran rezar a diario; en menor medida lo hacen aún en Alemania (el 9%) e incluso en Austria, donde este porcentaje baja hasta 8%. En esa misma línea se ha conocido que España es el tercer país con un mayor abandono del cristianismo de toda Europa.
De hecho, los datos sobre creencias y convicciones religiosas en España, actualizado en septiembre de 2021, ponen de manifiesto que los no creyentes triplican ya las cifras del año 2020. Si en 2009 los matrimonios civiles superaron a los religiosos, en el año 2020 los matrimonios católicos supusieron sólo el 10,5% del total. Es cierto que estábamos bajo el efecto de la pandemia pero el riesgo de contagio también existía en las bodas civiles.
Desgraciadamente no se trata de un dato puntual sino que es el resultado de un abandono progresivo de la fe, tal como confirma el hecho de que las bodas en la Iglesia descendieron casi un 30% en los últimos cinco años antes de la pandemia. Descenso que también se observa en los bautizos y primeras comuniones. En concreto, los bautismos experimentaron un descenso de un 23,9% en cinco años, pasando de 231.254 en 2015 a 175.844 en 2019; y las comuniones cayeron un 14,8%. El proceso secularizador ha afectado también a las clases de religión que han tenido el peor dato de matriculación de la historia.
Otro estudio-sondeo del instituto estadounidense Pew Research Center sobre la fe y las prácticas religiosas en los países de la Europa occidental, realizado entre abril y agosto de 2017 en 15 países de la Europa occidental, entre los cristianos practicantes se verifica un apoyo sustancial al aborto legal y al matrimonio entre personas del mismo sexo. Así, un 47% de los cristianos practicantes de Italia se pronuncian a favor del aborto legal, en Irlanda el 42% de los cristianos practicantes, en España el 49% de los cristianos practicantes y el 73% de los cristianos no practicantes; en Alemania, el 54% de los cristianos practicantes y el 84% de los cristianos no practicantes; en el Reino Unido el 65% de los cristianos practicantes, el 86% de los cristianos no practicantes. Este porcentaje llega a su máximo en Suecia, donde el 79% de los cristianos practicantes y el 96% de los cristianos no practicantes se pronuncian abiertamente a favor del aborto. Un tanto por ciento muy similar encontramos cuando se interroga sobre la cuestión del matrimonio homosexual.
El abandono de la fe por parte de los que tradicionalmente han sido católicos, y la falta de identificación con la moral cristiana por aquellos que aún lo siguen siendo, va acompañada inexorablemente de la pérdida de los valores que hasta ahora han sido el sustrato de nuestra cultura, provocando de este modo una grave indefinición tanto en los individuos como en las colectividades, lo que seguramente viene muy bien al proyecto de la globalización.
La progresiva decadencia de Europa, que desde hace tiempo no reconoce sus raíces, se hace patente sobre todo en el desmoronamiento de los principios vertebradores de nuestra civilización, y muy en particular de la familia, corroborándose además que el peso relativo de Europa en el mundo lleva décadas decayendo. Esta falta de identidad personal y social correlaciona positivamente con el número de suicidios, que en Europa se ha convertido en el mayor problema de salud pública, con una tasa de prevalencia de 11,93 por 100.000, y aunque en España la tasa es menor, (de 7,79), el número de muertes por suicidio en España creció en 2019 un 3,7% respecto al año anterior.
El relativismo moral, que se ha impuesto a pasos agigantados en occidente, y en el que tanto insistía el Papa Benedicto XVI, no parece ser la meta o el pretendido objetivo último para una sociedad secularizada, sino que se trata solamente de un paso previo para poder establecer una nueva ética universal acorde con los intereses ideológicos recogidos en la agenda 2030.
En una tesis doctoral defendida en Granada el año 2020, que estudia la percepción de los estudiantes sobre el compromiso ético, muestra en sus conclusiones que los alumnos universitarios siguen en general una filosofía personal ética relativista, donde sus decisiones no se basan en unos principios universales, sino que en el ámbito ético siguen una filosofía utilitarista. Es precisamente sobre esta base del pragmatismo utilitario a partir del cual se pretenden universalizar nuevos valores, relacionados con cuestiones más de tipo geológico o socio-ambiental que antropológico y personal, como es de facto la atención prioritaria a la ecología o el fomento acrítico del muticulturalismo, entre otros. Se trataría, pues, de elaborar una moral de consenso, acomodada a las directrices políticas del nuevo orden mundial.
Como es lógico, la religiosidad no escapa a este plan, habida cuenta que no se puede ignorar la incuestionable dimensión espiritual del ser humano y su enorme repercusión sobre todos los ámbitos de la vida. Así los movimientos religiosos espirituales flexibles o New Age, impregnados de un fuerte carácter autorreferencial, han ido extendiéndose con cierta facilidad, contribuyendo activamente al rechazo de cualquier conducta regulada por fundamentos de revelación o dogmáticos. Alexandra Ainz, profesora de sociología en la Universidad de Almería y experta en fenómenos religiosos, añade a esta realidad otro factor que ilustra muy bien el panorama actual, cuando asegura que “antes teníamos clara la forma de ser religioso: en España, solía equivaler a ser católico. Ahora ya no: por ejemplo, tomamos elementos del budismo, el sufismo o incluso rituales que nos resultan atractivos, como los que emplean ayahuasca en el Amazonas. El sincretismo está en auge”.
Por otra parte, el positivismo epistemológico, como bien enseña David Hume, lleva en la política al utilitarismo social y en la ética al emotivismo moral. De esta manera la razón queda desplazada por el sentimiento, haciendo que la bondad o maldad de una determinada acción quede a merced de las emociones agradables o desagradables, de aceptación o rechazo, que ésta produzca. Se valoran así positiva o negativamente los hechos en función de cuestiones afectivas, asumiendo, tal como sentencia el filósofo empirista escocés, que la razón es y debe ser esclava de las pasiones y no puede aspirar a ninguna otra función que la de servir y obedecerlas.
En la esfera educativa, la pérdida de la autoridad junto con el aumento del permisivismo, carente de los límites más elementales, ha dado lugar a una generación de personas frágiles, inmaduras, con una psicología débil y un carácter extremadamente lábil, incapaces de asumir compromisos estables o definitivos y proclives a rehuir todo cuanto suponga esfuerzo, disciplina y búsqueda de la excelencia. En este contexto, los mandamientos o normas, en mayor medida si son de índole religiosa, tienden a considerarse represoras, innecesarias y abusivas. De esta forma, se llega a renunciar incluso a la presentación de las exigencias evangélicas y los dogmas cristianos, en aras de una tolerancia mal entendida.
El reto de la Iglesia ante la situación actual de la sociedad
Sólo cuando se realiza una diagnóstico certero se está preparado para aplicar el tratamiento adecuado. Siguiendo las pertinentes palabras del Papa Franciso, que continuamente nos recuerda la necesidad de que la Iglesia sea un hospital de campaña, es fundamental que descubramos donde están las heridas más profundas o graves de nuestra gente y cuáles son los agentes patógenos que las provocan, mantienen y agudizan.
Partiendo de que la tarea primera y principal de la Iglesia es el anuncio del Evangelio (Mt, 28, 19), y que en Cristo hallamos el remedio que sana de raíz nuestras heridas, no cabe duda de que el primer y más importante reto para los cristianos consiste en la transmisión fiel del mensaje cristiano para que pueda fructificar en el corazón de cada hombre y de cada mujer. Esta fidelidad, atendiendo a lo que establecen los principios de la pedagogía de la fe, tiene que ser doble. Por una parte, la fidelidad a Dios viene exigida por la naturaleza misma de la Revelación, y reclama que los contenidos doctrinales sean enseñados íntegra y escrupulosamente, sin mutilaciones ni distorsiones, para no traicionar el depósito de la fe. Por otra parte, la fidelidad al hombre comporta adaptarse a los modos de conocer propios del ser humano, hacer asequible el mensaje en la realidad evolutiva, psicológica, circunstancial y social de los destinatarios, así como respetar el ritmo personal de cada uno en el proceso de maduración de su fe.
Nadie duda de la necesidad del diálogo entre la fe y la cultura para que el proyecto evangelizador sea realmente eficaz. El Papa San Pablo VI, en su momento, advertía con absoluta contundencia que «la ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo». Drama para la fe, porque si no es capaz de encontrar sus cauces de expresión en la nueva cultura, no podrá ser entendida ni vivida por las personas. Y drama para la cultura que, al margen de la fe, puede perder la apertura de la trascendencia consustancial al hombre, y sin las cuales la mejores obras humanas terminarían resultando empobrecidas. Pero precisamente para que este diálogo fe y cultura sea fructífero y efectivo, no puede hacerse de manera acrítica, menos aún reinterpretando los contenidos doctrinales de la fe desde los criterios ideológicos de la cultura imperante. De lo que se trata, como aseguraba el mismo San Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, es de «cambiar por la fuerza del Evangelio los criterios del juzgar, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en oposición con la Palabra de Dios y el designio de salvación». En la revista cristianismo y cultura, Antonio Matabosch muestra cómo la fe se convierte así en instancia crítica de aquellos aspectos culturales que no son dignos de la persona humana. La fe que se encarna en las culturas es respuesta a una revelación gratuita dada históricamente y de la cual no podemos disponer, y se refiere siempre a una revelación histórica del Absoluto que no depende, en su raíz, de las culturas. Esta revelación ha sido donada para el bien de todos los hombres y de su vida individual y social, y no puede dejar de ser crítica con las culturas.
San Juan Pablo II, el gran promotor del diálogo entre fe y cultura, Iglesia y sociedad, que creó en 1982 el Consejo Pontificio para la cultura, entendía esta relación en la lógica de la Encarnación del Verbo, de manera que cada cultura, cualquiera que sea, tiene una apertura a la transformación y al misterio del ser humano y de Dios y es tarea de la fe y de la evangelización purificar, transformar y elevar la cultura. Entonces, el encuentro con Dios en los pliegues de la historia lanza una fuerza misteriosa que toca los corazones, lleva a la conversión y a la renovación. Renovación no sólo cultural sino también espiritual y moral. La fe se une a una cultura sin que sea un rehén. Así lo expresó Carlos Azevedo, delegado del Consejo Pontificio de la Cultura, en una conferencia pronunciada el 21 de septiembre de 2012 en Tucumán (Argentina). No olvidemos que el escándalo de la Cruz, que marca decisivamente nuestra fe, siempre ha sido y seguiría siendo locura para los judíos y necedad para los griegos (1 Cor 1,23).
Efectivamente, como propuso San Juan Pablo II, hace falta una nueva evangelización, nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión, porque el dinamismo social y los cambios culturales reclaman de la Iglesia una respuesta acorde a las necesidades propias de cada época. Pero, en este caso, es el avance vertiginoso y demoledor de la secularización, la descristianización de la vieja Europa y el desconocimiento de la fe católica por parte de las nuevas generaciones, lo que hizo que el Papa Benedicto XVI, siguiendo a su predecesor, hablara también de la“urgencia de una «nueva evangelización»: «nueva» no en los contenidos, sino en el impulso interior, abierto a la gracia del Espíritu Santo, que constituye la fuerza de la ley nueva del Evangelio y que renueva siempre a la Iglesia; «nueva» en la búsqueda de modalidades que correspondan a la fuerza del Espíritu Santo y sean adecuadas a los tiempos y a las situaciones; «nueva» porque es necesaria incluso en países que ya han recibido el anuncio del Evangelio”. Al aclarar dónde reside la perspectiva novedosa de la invariable tarea y misión de la Iglesia, el pontífice alemán puntualiza que no solo hay que reevangelizar la sociedad, sino que también los medios que se empleen han de ser congruentes con el espíritu del Evangelio, donde se refleja la acción del Espíritu Santo. Benedicto XVI deja claro que esta renovación misionera, en modo alguno supone prescindir «de los métodos pastorales tradicionales, siempre válidos», ya que de lo que se trata es de emprender el mejor camino que nos lleve al descubrimiento de Cristo Salvador. Pues como sostiene la Congregación para la Doctrina de la fe, en la Declaración Dominus Iesus, esta verdad «debe ser firmemente creída, como dato perenne de la fe de la Iglesia, la proclamación de Jesucristo, Hijo de Dios, Señor y único salvador, que en su evento de encarnación, muerte y resurrección ha llevado a cumplimiento la historia de la salvación, que tiene en él su plenitud y su centro».
En esta misma línea continua el Papa Francisco cuando comenta la importancia capital de que no se prive a nadie de la buena noticia que supone el anuncio explícito del Evangelio, afirmando que «no se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos».
Frente a las catequesis diseñadas e impartidas a modo de grupos de autoayuda, las celebraciones litúrgicas concebidas como espectáculos lúdicos, acompañadas de cantos sensibleros y al servicio de una periférica emotividad pasajera, con escaso o nulo sentido de lo que es el culto divino, o los retiros repletos de dinámicas que confunden la espiritualidad con el psicologismo, se hace necesario un proyecto reevangelizador ambicioso, claro, sistemático, riguroso y profundo.
La Iglesia se enfrenta, pues, al reto de lograr que la fe siga haciéndose cultura en un mundo plural, afianzando a la vez su propia identidad.