Cuando hablamos de mafia todos tenemos la imagen de Al Capone como un referente, pero la realidad es que el crimen organizado no ha cesado de transformarse y expandirse, y ahora ha saltado a primer página la llamada "mocro mafia", a raíz de la fuga en España de uno de sus grandes "capos", el gran suministrador de cocaína en el norte de Europa, y capaz de tener amenazada a la heredera del trono holandés.
En los felices años 20, Chicago se convirtió en la capital del crimen, con alrededor de 700 asesinatos. Sin embargo, cien años después, los mafiosos internacionales parecen estar mudándose a la Costa del Sol. Investigadores calculan que hasta 100 bandas criminales se han establecido en esta región de España. Utilizan la zona para blanquear el dinero obtenido del narcotráfico, y Gibraltar se ha convertido en su sede de operaciones. Marbella, con su clima soleado y su estilo de vida lujoso, es el lugar más cómodo para vivir.
La historia de la mafia se remonta mucho antes de la época de Capone. En Sicilia, la mafia surgió como un efecto extraño del nacimiento del Estado Moderno, alrededor del siglo XIII. Con el tiempo, estas organizaciones criminales se hicieron poderosas en Italia y luego controlaron los mercados de contrabando estadounidenses.
La modernización de la mafia no solo ha cambiado su geografía, sino también sus métodos. La tecnología ha facilitado nuevas formas de crimen, como el ciberdelito, y ha permitido a las organizaciones criminales operar con mayor discreción y eficiencia. Los arrestos de grandes capos ya no sorprenden, y la lista de gánsteres detenidos en España es extensa, incluyendo figuras como Halit Sahitaj de la mafia rusa y Karim Bouyakhrichan de la Mocro Maffia.
La presencia de estas bandas en la Costa del Sol plantea interrogantes sobre la eficacia de las medidas de prevención y represión del crimen organizado. ¿Cómo es posible que, a pesar de los esfuerzos de las autoridades, estas organizaciones sigan encontrando maneras de prosperar?
Es crucial que las autoridades nacionales e internacionales colaboren más estrechamente para combatir este fenómeno globalizado. La delincuencia organizada no conoce fronteras y, por lo tanto, requiere una respuesta coordinada y transnacional. Además, es esencial que la sociedad civil se mantenga informada y comprometida en la lucha contra estas redes criminales que amenazan la estabilidad y la paz social.
En conclusión, la delincuencia organizada ha demostrado ser un camaleón, capaz de adaptarse y sobrevivir a través de los siglos. La lucha contra este tipo de crimen es una batalla continua que requiere adaptación, innovación y cooperación internacional. Solo así podremos esperar mantener a raya a los sucesores de Al Capone en el siglo XXI.