Septiembre ha llegado y, con él, uno de los momentos más temidos por las familias almerienses: la vuelta al cole. Aunque no soy madre, ser tía de varios niños en edad escolar me ha permitido vivir de cerca esta realidad, y la verdad, es imposible no sentirse abrumada por la cantidad de gastos que implica el inicio de un nuevo curso. Recuerdo cuando de niña, la emoción de estrenar libros, ropa y material nuevo casi hacía olvidar el fin de las vacaciones. Ahora, como adulta, esa ilusión se mezcla con la preocupación por las finanzas familiares.
Varios informes recientes de organizaciones de consumidores han puesto en evidencia lo que muchas familias ya saben: el regreso a las aulas es una verdadera cuesta económica. El desembolso promedio por alumno varía considerablemente según el tipo de colegio al que asistan, con diferencias significativas entre los centros públicos, concertados y privados. En Almería, las cifras oscilan entre los cientos y más de mil euros, dependiendo de la modalidad educativa y los servicios adicionales como el comedor o el transporte, para todo lo cual hay becas y ayudas públicas, pero hay muchas familias en el límite, y mientras unos logran tenerlo todo gratis, otros, por unos ingresos levemente superiores, tienen que pagarlo todo, y es un ahogo.
Uno de los pocos alivios para las familias andaluzas es que, en algunos tramos educativos, los libros de texto son gratuitos (eso, además del ahorro, supone el compromiso de cuidarlos para poder devolverlos en buen estado, es decir, es un elemento más de la educación). Esta medida, sin duda, aligera la carga, pero aún así, los costes de uniformes en centros privados, materiales escolares, y otros gastos no pueden ser ignorados. Además, muchas veces los centros escolares solicitan materiales específicos o libros complementarios que, lamentablemente, a lo largo del año apenas se utilizan. Como sociedad, debemos reflexionar sobre si estamos siendo lo suficientemente conscientes del impacto que estas demandas tienen en las economías familiares.
En mi familia, la planificación es clave. Mi hermana, madre de tres, ya tiene experiencia en buscar las mejores ofertas, comparar precios y evitar compras impulsivas. También hemos aprendido a reutilizar el material de años anteriores siempre que es posible, inculcando en los pequeños la importancia de cuidar sus cosas y ser responsables con el consumo. Sin embargo, no todas las familias tienen esta capacidad de previsión o las mismas oportunidades para acceder a productos a mejor precio, lo que agrava las desigualdades.
Es esencial que todos —desde los colegios hasta los comerciantes— colaboremos para hacer la vuelta al cole más llevadera. Quizás, podríamos fomentar más el intercambio de materiales entre familias, reutilizar uniformes y presionar para que no se cambien los libros de texto cada año. Estas acciones no solo alivian los bolsillos, sino que también enseñan a nuestros hijos un consumo más responsable y sostenible.
La educación es un derecho fundamental, y es crucial que no se convierta en una fuente de estrés financiero para las familias. En estos tiempos difíciles, necesitamos más que nunca un enfoque colectivo que priorice el bienestar de los niños y la estabilidad de sus hogares.
Aunque eso sí, cuando se queje del precio del material escolar, piense en cuanto se gasta en una cena con amigos, en tabaco, en alcohol, en ir al futbol... y reflexiones si no es mucho más importante la educación de los hijos que esos pequeños y costosos placeres.
Así que, mientras todos volvemos a la rutina, os invito a reflexionar sobre cómo podemos hacer que la vuelta al cole sea más justa y accesible para todos. No se trata solo de reducir gastos, sino de construir una comunidad en la que todos los niños puedan comenzar el curso con las mismas oportunidades, sin que el bolsillo de sus padres sea un obstáculo.