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Residuos humanos

Por Moises Palmero Aranda
lunes 27 de enero de 2020, 12:52h

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A Amal su vecino la intentó violar la semana pasada, pero poca gente lo sabe, porque el suceso no ha salido en los medios. Nadie se ha manifestado por ella porque nadie conoce su historia. Es invisible, un residuo de nuestro modelo económico.
Vive en uno de los asentamientos ilegales de la provincia, da igual si el poniente o el levante. Hasta hace unos meses era la única mujer entre doscientos hombres que sobreviven como pueden, hacinados en las chabolas que se han ido construyendo con los residuos que encuentran tirados. Residuos para cobijar residuos.
Amal habla francés, y el español lo entiende pero le falta confianza para hablarlo. Sobrevive vendiendo el pan que hace en el asentamiento y, como el resto de sus compañeros, con la inestimable ayuda de tres monjas jubiladas que se desviven por ellos, intentando dignificar su existencia, peleando por integrarlos en una sociedad que los necesita como mano de obra para la agricultura, pero que no los quiere a su alrededor. Residuos de usar y tirar.
A diferencia de nuestros plásticos, estos residuos tienen sentimientos, necesidades, derechos, obligaciones. Tampoco queremos verlos, aunque pasemos todos los días a su lado, pero a ellos no los arrastrará la riada al mar, ni se quemarán en las noches de San Antón o San Juan. Ellos seguirán aguantando bajo la lluvia, el viento, el calor, porque, después de sobrevivir a su travesía, lo pueden aguantar todo. Aunque estoy seguro que la soledad, la indiferencia, la invisibilidad, les vaya debilitando su ánimo, su alma.
Créanme cuando les digo que esta opinión no pretende señalar, culpabilizar o responsabilizar, a nadie. Sería injusto por mi parte hacerlo, más sabiendo que los problemas a los que nos enfrentamos a diario son causados por un sistema económico que va más allá de nuestras propias voluntades. Aún así habrá mucha gente que se sienta ofendida y me culpe de dar ideas a los competidores para atacar nuestra agricultura. La escribo siendo consecuente con las críticas que recibiré y con la conciencia tranquila de no estar haciendo daño a mi provincia, a mis vecinos, al sector, porque contar lo que sucede, al recordar a Amal, es una manera también de ayudar. Pretender esconder la realidad, silenciar los gritos de auxilio, mirar para otro lado, cambiar los residuos de un lugar a otro, hace más daño que intentar ponerle solución a los problemas.
Soy consciente de los grandes logros de nuestra agricultura, de nuestros agricultores, para adaptarse a las exigencias del mercado en materia de calidad, de salud, de sostenibilidad. No cabe duda de que producimos las mejores hortalizas del mundo, algo que debe hacernos sentir muy orgullosos por lo que se ha conseguido en nuestra provincia en las últimas décadas. Pero todo esto no debe hacernos olvidar que este modelo genera grandes injusticias sociales, ambientales y económicas, y que debemos, estamos en la obligación moral, de poner todos los medios para que desaparezcan.
Estas palabras solo pretenden ser una reflexión, un humilde análisis del tiempo que nos ha tocado vivir, una constatación de la realidad que todos conocemos pero que tratamos de ignorar porque no nos conviene, o quizás porque nos han convencido de que nada podemos hacer. Esa idea derrotista, pero balsámica para nuestra conciencia, desde mi punto de vista, es la mayor ofensa para un ser humano. ¿Nada? De qué nos sirve entonces nuestra inteligencia, la creatividad, la capacidad de solucionar problemas. No creo que falten las herramientas para eliminar esos asentamientos y favorecer una vida digna a esas personas.
Perdemos el tiempo señalando ciertos comportamientos, poniendo parches insuficientes, o buscando argumentos para justificar nuestra inacción, nuestra incapacidad para plantarnos ante tan evidentes e inhumanas injusticias.
No puedo entender que estas situaciones no sean una prioridad para el sector agrícola, para las administraciones, para la sociedad almeriense. Que no presionen para intentar encontrar una solución a los problemas que tanto lastran nuestra imagen en el exterior. Entiendo que no será fácil encontrar el camino, pero si tres monjas jubiladas, son capaces de hacer todo lo que están haciendo por Amal, por los invisibles, qué no podríamos hacer entre todos.
Por cierto Amal está bien, sus golpes, sus heridas se curarán, pero el miedo la acompañará toda la vida. Debe salir de allí.

Moises Palmero Aranda

Natural de El Ejido, Almería. Licenciado en Ciencias Ambientales por la Universidad de Almería. Desarrolla su trabajo en el mundo de la Educación Ambiental desde la Asociación El árbol de las piruletas, donde ha utilizado la literatura como una herramienta más de sensibilización. Es autor y narrador de cuentos infantiles, entre los que destaca El árbol de las Piruletas y Un delfín entre las estrellas (próxima publicación) Secretos en el Sendero, nueve relatos de misterio donde se mezcla literatura, senderismo y geocaching, es su primera publicación en solitario. 32 motivos para no dormir; Pasos en la oscuridad; Taller de cuentos; 12 caricias; 13 muertes sin piedad; Ángel de nieve; Ulises en la isla de Wight; Crímenes callejeros; El oasis de los miedos; Letras para el camino, El mar, la mar, Relatos Velezanos V son algunas antologías donde aparecen sus relatos. Colabora en Candil Radio con los programas “La mirada del delfín viajero” y “Letras de Esparto”. En radio UAL dirige y presenta el programa de entrevistas Radio Ecocampus. También ha hecho sus pinitos en el mundo del cortometraje con El hombre y la flor. Otra oportunidad y su guión “Residuos” fue el ganador del I Concurso de guiones para cortometrajes “Carboneras Literaria”. Socio fundador de la Asociación Literaria y Cultural Letras de Esparto.