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Trump y Sánchez ante la prensa
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(Foto: DALL·E ai art)

Trump y Sánchez ante la prensa

Por Rafael M. Martos
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miércoles 19 de marzo de 2025, 06:00h

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Quienes hayan seguido mis reflexiones sabrán que no albergo la más mínima simpatía por Donald Trump. Lo considero un personaje nocivo: un líder autoritario, misógino, supremacista y volátil, cuya acción política está siendo un terremoto geopolítico, comportándose como un elefante en una cacharrería. Sin embargo, incluso en su figura —tan llena de sombras— hay un resquicio que merece análisis, no para redimirlo, sino para contrastarlo con otros líderes que, paradójicamente, han optado por el silencio como estrategia. Me refiero a su disposición a enfrentarse a los medios, algo que el presidente español Pedro Sánchez evita con celo casi obsesivo.

Desde que Trump asumió la presidencia en enero de 2025, ha protagonizado decenas de ruedas de prensa, interacciones con periodistas y, sí, también monólogos improvisados en redes sociales. Le hemos visto llenando el despacho oval de periodistas que preguntan, le hemos visto haciendo lo mismo en los jardines de la Casa Blanca mientras publicita coches de su amigo Elon Musk, le hemos visto contestando en el Air Force One, junto a la icónica chimenea, discutiendo con un presidente extranjero... No importa si sus respuestas son evasivas, grotescas o llenas de falsedades: él está ahí, en el ojo del huracán, repitiendo consignas, desafiando preguntas y alimentando el ciclo noticioso. Incluso sus entrevistas, restringidas a medios afines como Fox News, reflejan una voluntad de exposición que contrasta con el hermetismo de otros dirigentes.

Comparemos esto con el caso de Pedro Sánchez. En sus años como presidente del Gobierno español, sus apariciones ante la prensa se cuentan con los dedos de una mano —y aún sobrarían algunos dedos—. No hablamos solo de ruedas de prensa espontáneas, o declaraciones improvisadas (canutazos como lo llamamos en el argot), tampoco conferencias de prensa formales en las que solo permite un par de preguntas o tres, sino incluso de entrevistas en medios cercanos a su espectro ideológico. Sánchez gobierna desde el palacio de La Moncloa como si fuera un bunker: comunica a través de mítines cuidadosamente controlados, mensajes en redes filtrados por asesores y apariciones esporádicas en actos institucionales. La prensa, incluida aquella que no le es hostil, rara vez tiene oportunidad de interpelarle.

Este contraste plantea una pregunta incómoda: ¿por qué un líder tan cuestionable como Trump se muestra más dispuesto a someterse al escrutinio mediático que otros que se autoproclaman defensores de la transparencia? La respuesta no es un elogio a Trump, sino una crítica a quienes normalizan el silencio. Trump entiende algo que Sánchez parece ignorar: la presencia mediática, incluso en su forma más caótica y manipuladora, es una herramienta de conexión (o de propaganda) con la ciudadanía. El presidente estadounidense, por despreciable que resulte su retórica, no huye de los micrófonos; los usa, los satura, los distorsiona. Sánchez, en cambio, prefiere el mutismo, como si creyera que su agenda política puede avanzar sin rendir cuentas públicas.

Hay aquí un problema democrático de fondo. La accesibilidad no es solo una cuestión de estilo, sino de accountability. Un presidente que evade sistemáticamente las preguntas incómodas, que no se somete al contraste periódico, que delega en portavoces secundarios la tarea de explicar sus decisiones, está debilitando un pilar esencial de la democracia: el derecho de la ciudadanía a exigir respuestas. Que Trump lo haga mal —con desprecio a la verdad y ataques a la prensa libre— no justifica que otros lo eviten por completo.

Sánchez podría argumentar que evita los medios para eludir el "ruido" pero lo cierto es que todo esto se debe a haber sido cazado en numerosas mentiras, que él y los suyos suelen calificar como "cambios de opinión". Pero en realidad, su opacidad alimenta la desconfianza y deja espacio a especulaciones. Un gobierno que no dialoga con la prensa (toda la prensa, no solo la afín) termina gobernando en una burbuja, alejado de las demandas reales. Trump, con toda su toxicidad, al menos fuerza un debate público constante; Sánchez, en su silencio, parece confiar en que las políticas se expliquen solas, o peor, en que otros las expliquen, pero como "cambia de opinión", acaba dejando a sus ministros y portavoces a los pies de los caballos. Grave error.

Reconocer que Trump habla más que Sánchez no es un halago al primero, sino una condena al segundo. La democracia no puede permitirse líderes que consideren la prensa un estorbo. La transparencia no es opcional, y la exposición al escrutinio no debería depender de la ideología. Si hasta un demagogo como Trump acepta el juego —a su manera tramposa—, ¿qué excusa tiene un presidente que se dice progresista para esconderse? El silencio, al final, solo beneficia a quienes temen la luz.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"