Podemos, el partido que nació para cambiar el país -¡y el Mundo mundial!- y acabar con la "casta", ha vivido una de sus jornadas más negras. No solo ha visto cómo el CIS le relega a la quinta posición en intención de voto, sino que también ha tenido que asistir al bochornoso espectáculo de su ministra de Igualdad, Irene Montero, defendiendo una ley que su propio Gobierno iba a rectificar minutos después.
El presidente, Pedro Sánchez, se abstiene por la vía de los hechos de la reforma de la Ley del Sólo sí es sí, en la que parte de su gobierno dice sí, la otra dice no, sus socios naturales también dicen no, y una parte de la oposición (PP) dice sí, y otra parte (Vox) se ausenta.
Montero, que se ha convertido en la portavoz oficiosa del Ejecutivo tras la incomparecencia del presidente, subió al estrado "en nombre del Gobierno" (Batet dixit) para oponerse a la reforma del Código Penal que previamente habían reformado bajo el slogan populista del concepto de "solo sí es sí" en los delitos sexuales. Una reforma que, según ella, suponía un paso atrás respecto al "avance histórico" de su ley para las mujeres y que sitúaba a España "a la vanguardia" de Europa en materia de igualdad. Es la obsesión de Sánchez de que todo lo suyo sea histórico. Lo importante no es que una ley sea buena, sino que sea histórica.
Sin embargo, lo que Montero no sabía (o no quiso saber) es que el Tribunal Supremo ya había sentado jurisprudencia sobre este asunto hace meses, al confirmar la condena a un hombre que abusó sexualmente de una mujer semiinconsciente tras beber alcohol. El alto tribunal dejó claro que el consentimiento "siempre ha sido sustancial" y que no era necesario introducir ninguna modificación legislativa para proteger a las víctimas.
Así pues, la ministra de Igualdad quedó en evidencia ante el Congreso y ante la opinión pública, al defender una norma que su propio Gobierno iba a rectificar en cuestión de minutos. Una norma que, además, ha beneficiado a más de un millar de agresores sexuales que han visto rebajadas sus penas gracias a la chapuza jurídica del Ministerio de Igualdad.
¿Y qué hizo el resto del Gobierno mientras Montero se hundía en su propia incoherencia? Pues nada. Nadie en Moncloa explica por qué la titular de Justicia, Pilar Llop, no tomó inmediatamente la palabra para defender la reforma de la ley que ha redactado su departamento. Tampoco reaccionó la impulsiva María Jesús Montero, que se limitó a aplaudir con cara de circunstancias a su colega podemita.
Desde Moncloa se ha reprochado a Irene Montero su falta de "deportividad política" y su afán de protagonismo. Al tiempo, tampoco se explica por qué en nombre del Gobierno habló la ministra que se opone a la reforma que impulsa el Gobierno, en vez de la ministra que defiende dicha reforma. De locos, oiga.
Pero no solo el partido del Gobierno ha criticado a Montero, aunque haciendo solo la sangre justa. También lo han hecho desde su propio partido, Podemos, donde algunos dirigentes han lamentado el ridículo de esta ministra y su compañera de Ejecutivo, Ione Belarra, y han cuestionado su capacidad para liderar el proyecto político tras la marcha de Pablo Iglesias.
A eso hay que sumar las noticias que vienen del CIS de Tezanos, que ya se sabe que no tiene por objetivo saber qué piensa la ciudadanía, sino influir en qué debe pensar. Podemos ha culpado al CIS de manipular las encuestas para perjudicarles, algo no decían cuando les aupaba a ellos.
Podemos acusa al CIS de "sobrevalorar" al PSOE y de "inflar" a Más País e Íñigo Errejón, que sacó dos diputados en las últimas elecciones generales, mientras Unidas Podemos aguantó la aparición de este partido. Sin embargo, lo que no dice Podemos es que Errejón ya les superó en votos en las elecciones autonómicas madrileñas -y eso que ellos pusieron como número uno a Pablo Iglesias, y los socialistas al exministro Gabilondo- y que Sumar (la nueva marca electoral impulsada por Yolanda Díaz) amenaza con arrebatarles una parte importante de su electorado.
Podemos trata de justificar su debacle electoral con argumentos peregrinos y se aferra a la idea de que Sumar y Podemos deben ir juntos a las próximas elecciones generales, porque el sistema electoral castiga la división. Lo que no se plantea Podemos es si tiene sentido seguir existiendo como partido político tras haber renunciado a sus principios fundacionales.
Podemos debería aceptar entrar sin condiciones en Sumar, para seguir perpetuando lo que son, porque no podemos olvidar que desde la Transición, el PCE lo único que ha hecho es ir reconvirtiéndose cada vez que fracasaba, y así nació Izquierda Unida Convocatoria por Andalucía Los Verdes, y luego Izquierda Unida a secas, y luego se integró en Unidos Podemos, luego fue Unidas Podemos, pues ahora toca ser Sumar, cambiar la piel. Solo eso, mudar la piel.