Un hombre le preguntó a un pastor el número de ovejas de su rebaño. Aproximadamente, cuarenta y cinco millones, le respondió el pastor. De nuevo, el hombre le interrogó cuántas blancas y negras había en el rebaño. Pues, mitad y mitad, le contestó pausadamente el pastor. El hombre se interesó en saber quien era el dueño de tanta oveja. Son mías, dijo el pastor. ¿Las vende?, curioseó el hombre. Todo tiene un precio, depende de lo que se pague, le reconoció el pastor.
El hombre paseó durante un rato de un lado a otro muy pensativo. ¿Qué tal si le condono la deuda? ¡Quiá!, le replicó el pastor. ¿La Seguridad Social para usted? Ande, quite, quite, le objetó el pastor. ¿Qué me dice si le doy el ferrocarril? Pues, que es poca cosa, le rebatió el pastor. Y, ¿si le reduzco la jornada laboral? Vamos, anda, si yo voy a mi aire, le rehusó el pastor.
A un nuevo ofrecimiento del hombre, igual rechazo del pastor. Horas y horas de regateo, de tomas y dacas, agotaron al hombre. Se arrodilló ante el pastor rogándole qué quería a cambio de siete ovejas. El pastor sonrió: amnistía, referéndum y déjeme pensar alguna que otra cosilla más. ¡¡Hecho!!, aceptó el hombre entre lágrimas. Tras el acuerdo, el hombre se llevó las siete ovejas de lana negra más una de regalo y a los perros guardianes.
Dicho esto, ya sé que, a Pedro Sánchez, quién si no, esta parábola se la trae al pairo, todo le da igual. A mí, no. Sería tan imbécil como lo es Pedro Sánchez, aunque imposible llegar a su altura de patochada, tanta que se habría conformado con las blancas en lugar de las ovejas negras. Le habría dado igual, como con todo. Su obsesión de libro de psiquiatría le ha llevado a ser el espantapájaros de un país gobernado por Puigdemont. Vargas Llosa dijo acerca de otro país que “parecen vivir una dictadura perfecta” y en estas estamos con la congregación de treinta o cuarenta partidos coaligados por interés, que han cogido el camino de la dictadura idólatra.
Yo no quiero vivir en un país troceado, desmembrado, apocalíptico, con un presidente presuntamente inconstitucional, corrupto políticamente, falsario, cómplice de delincuentes. Argumentan que es legal, legítimo, lo que mejor les venga, pero no me convencerán. Ustedes dos, vaya par, se han puesto de acuerdo el uno para gobernar y para librarse de la cárcel, el otro. Y nada más, nada de por el bien de España y esas milongas. Eso sí, aquí, en cuanto se le lleva la contraria a Sánchez te etiquetan de fascista. Basta ya de esas gilipolleces.
Antes de proseguir hago un paréntesis en el que me pregunto si a los socialistas que conozco, sin ir más lejos en Almería, tanto los que ocupan puestos de responsabilidad, como a militantes de base, tienen conciencia de la barbaridad que ha perpetrado su jefe de filas, y si la tienen, ¿cómo es que no se plantan?, ¿cómo no levantan la voz? Allá cada cual, porque cada vez más el PSOE se parece a una patronal que a un partido político.
Prosigo. Por lo tanto, señores Sánchez y Puigdemont, me despido de ustedes, los repudio, no me representan en el país putrefacto, descosido, que se han manufacturado para su libre albedrío y orgías inconstitucionales.
Aunque ustedes se burlen, aunque lo tachen de facha, de retrógrado, me afecta un comino como lo denominen semánticamente, quiero decirles que me importa mi Patria, sí, Patria, (término facha según ustedes y cuadrilla) regida por las Leyes, por la Igualdad, por la Justicia. Miren, Rafael Chirbes, comunista de pro, decía que “contra la derecha está todo permitido: mentiras, tergiversaciones, simplificaciones y lo peor es que cualquiera que señale eso, que lo critique, o lo denuncie, pasa a convertirse en un agente de la derecha”. Así que, Sánchez, Puigdemont, bufonadas de este tipo, ninguna. Por encima de las ideologías está la decencia. ¿Saben a qué me refiero?