El pasado fin de semana, las autoridades españolas decidieron hacer una visita a Valencia tras la devastadora DANA que ha dejado un rastro de destrucción y desolación. Carlos Mazón, Pedro Sánchez y Felipe de Borbón se presentaron en un escenario donde la indignación popular estaba al rojo vivo. Y, para sorpresa de nadie, no fueron recibidos con aplausos y vítores, sino con abucheos y barro. Pero claro, ¿qué esperaban?
Mientras las lluvias torrenciales arrasaban localidades enteras y los vecinos se enfrentaban a pérdidas millonarias —en El Ejido sabemos lo que es eso; aquí la primera descarga nos dejó daños por 100 millones de euros—, estos tres líderes decidieron que era buen momento para aparecer en escena. Una semana después del desastre, cuando muchos ya habían perdido la esperanza de ver una respuesta efectiva por parte del gobierno. No hay nada como un buen photo-op para intentar recuperar el control de una situación que se les fue de las manos.
La desconexión entre la élite gobernante y el pueblo nunca ha sido tan evidente. Mientras los ciudadanos clamaban por ayuda urgente —“¿Cuántos días más tenemos que esperar?”—, nuestros líderes parecían más interesados en mantener su imagen que en escuchar las necesidades reales de aquellos a quienes supuestamente representan. La desesperación acumulada durante días sin recursos básicos como comida o ropa estalló en forma de protestas ruidosas y agresivas.
Y aquí es donde entra el cinismo: ¿realmente creían que su presencia iba a ser bien recibida? La gente no quiere discursos vacíos ni promesas incumplidas; quieren soluciones inmediatas. Sin embargo, lo único que obtuvieron fueron gritos y barro lanzado a sus trajes impolutos. Felipe VI intentó acercarse a los grupos indignados, mientras Mazón buscaba refugio detrás del monarca. Y Pedro Sánchez… bueno, decidió salir pitando en su coche blindado ante la creciente ira popular.
Si lamentable es que la queja popular acabe en agresiones más o menos fuertes, lo es mucho más que alguien como el sindicato (eso dicen) Solidaridad (nada más inapropiado) a cuyo frente está un parlamentario de Vox por Almería (condenado por acciones antisindicales al arrancar carteles informativos de los demás sindicatos en el Parlamento Andaluz) Rodrigo Alonso, ampare a los violentos y les ofrezca apoyo legal. No en vano ya se han publicado imágenes de sujetos con el 88 tatuado, chavales con camisetas fascistoides... esos que un día piden ayuda para damnificados por al DANA y a otro machacan a un chaval por ser homosexual o proclaman el odio xenófobo. Tampoco faltó el presunto delincuente Alvise, que tuvo que hacer vídeos con un chroma ante el recibimiento que algunos le dieron... ese que se jacta de no pagar impuestos.
Es difícil no sentir simpatía por esos valencianos que han visto cómo sus vidas se desmoronan mientras los políticos juegan al escondite con sus responsabilidades, dejando que sea alguien sin poder alguno -para lo bueno y para lo malo-, como es el Jefe del Estado y su esposa quienes soporten, con los pies en el barro, la indignación ciudadana en primera persona, quienes les escuchen y les presten consuelo que los cargos electos no les dan. La falta de acción inmediata ante una crisis así es inexcusable. Los ciudadanos no solo exigen respuestas; demandan responsabilidad.
Esta situación debería servir como un llamamiento a la reflexión para nuestros líderes políticos: escuchen al pueblo y asuman sus responsabilidades antes de que sea demasiado tarde. Ignorar la indignación social solo alimenta el fuego del descontento y socava aún más la confianza en las instituciones.
¿Tan alejados están de la calle que no eran conscientes del enfado por el abandono? ¿De verdad que Sánchez estaba convencido de que nadie le iba a reprochar nada, que todas las críticas irían a Mazón? ¿De verdad que Mazón cree que los valencianos van a entender que se escude en la inacción del Gobierno central? Más bien da la impresión de que ambos líderes -especialmente Sánchez- querían usar a Felipe de Borbón como escudo en su paseillo.
La visita fallida a Valencia es un recordatorio escalofriante de lo lejos que están nuestros gobernantes de la realidad cotidiana de los ciudadanos. La indignación popular no es un fenómeno marginal; es un clamor colectivo que exige atención inmediata y soluciones reales.
A Sánchez -insisto, creo que Mazón se lo barruntaba- le sorprendió el recibimiento porque subestimó la rabia acumulada de un pueblo cansado de ser ignorado durante cinco días, señal de que su "relato" no ha calado. Es hora de dejar atrás las apariencias y empezar a actuar con urgencia y compromiso real hacia aquellos que sufren las consecuencias de decisiones políticas erradas e inacciones prolongadas. La próxima vez, quizás piensen dos veces antes de presentarse ante quienes han perdido tanto sin haber hecho nada antes por ayudarles.